En
el punto justo donde el día besa la noche, ella hacía su aparición envuelta en
colores refulgentes, cuyos destellos dejaban ver su alma virgen de afecto,
colmada de amores sin nombres, fugaces y baratos. Él, un ser impúber, se moría
de las ganas de descifrar ese gesto sugerente que le hacía la mujer al verlo
pasar sin destino hacia la finca de su padre, con la única tarea de verla
ondear la mano diciéndole adiós, desde un raudal de coloridas damiselas.
“Eran
muchas mujeres, pero había una en particular; era cachaca y me hacía señas
desde lejos cuando yo pasaba”.
Eso
lo animó a contarle a un par de amigos y aventurarse a llegar al lugar, a
explorar aquello que le ‘reventaba’ la curiosidad, las ganas de saber qué quería
decir aquella cachaca con su adiós.
“Vamos,
que hay bastantes y hay una que me hace señas”, les decía a sus amigos.
Al llegar, vieron a una multitud desconcertada,
estaba el ‘volteo’ del municipio, había policías, había alarma y también
muerte. El asesinato de un hombre reconocido del pueblo
había sembrado un mutismo curioso en la gente que con prejuicio se preguntaba:
¿Qué estaba haciendo ‘fulano’ en este lugar? Pero él no centró su curiosidad en
aquel difunto, la vio a ella, a la cachaca que le decía adiós, también muerta.
“Le vi las piernas, la sacaron en pantaletas…”.
Cuatro
proyectiles habían acabado en un santiamén con todo lo que ella había
construido frente a un espejo, con el que siempre salía de pelea porque se
empeñaba en mostrarle la cruda realidad: que era una mujer solitaria y sin amor,
que vivía en medio de una multitud, acariciada por las mismas manos que la
señalaban. Sintió pesar, no por ella,
sino por todas las prostitutas del mundo y en silencio les habló, dirigiéndose
a la cachaca:
“Pobrecita,
desfiguraron tu cara/hoy te tildan lacra de la sociedad/te mancillan, te han
gritado que eres mala/tu partida sigue su recta final”.
“Ahí
fue donde yo me impacté. Eso me quedó tan metido en la cabeza que más tarde le
pregunto en la canción:
“Contame dónde está lo alegre de tu triste vida/vendiendo puñados de
amores pa’ ganar el pan/la sociedad que
te corrompe luego te margina/muchacha, autómata del vicio ¿para dónde vas?/cicatrizaron
en tu cara todas tus heridas/pero la que lleva tu alma nunca sanará”.
“A mí nunca me ha parecido que es vida alegre tener
que vender el cuerpo para ganarse el sustento diario”, precisa Daniel Celedón
Orsini, quien hizo una canción para ellas, para las chicas
de vida alegre, “aquellas mujeres marchitas, de alma infecunda, criaturas sin
redención; aquellas que cuando están solas lloran con el alma porque sus
cuerpos débiles de mujeres ya no resisten más”.
Son
recuerdos de infancia que el compositor nunca ha podido relacionar con nada
distinto a la melancolía que subyace en las mujeres dedicadas a la
prostitución, de esas que tantas veces vio en Pénjamo, un prostíbulo de
Villanueva, La Guajira ,
donde todos, así como él, sabían que los mismos clientes que les compraban
horas de placer a las mujeres que ahí ejercían su oficio, más tarde las
marginaban de la lista de ‘personas de bien’.
“La casa de lenocinio la cerraron por un tiempo
porque mataron a un señor que era prestigioso en la región y yo también me
alejé, pasaba por otro lugar; eso me impactó tanto que me perdí del sitio, pero
me quedó marcado para siempre en la mente”.
Fue
una especie de tristeza ajena, de solidaridad social, de angustia por el
prójimo lo que experimentó Daniel Celedón, un compositor guajiro, abogado de
profesión y músico de ejercicio que se ha pronunciado en temáticas sociales, no
sólo relacionadas con la prostitución, sino con otros quehaceres como la
lavandería, a cuyas protagonistas hizo una obra poética en la que les exalta su
dura tarea: “Lavandera que va sufriendo y en tu silencio lloras tus quejas,
vas expuesta cual hoja al viento con cargamento de ropa ajena, ves pasar el
agua corriendo quizás va huyendo de tantas penas y en lavaza de mundo negro se
va fundiendo tu piel morena”.
Desde
esa temprana juventud, Daniel Celedón ha
visto el oficio de la prostitución como algo muy difícil para las mujeres que
lo practican, que en las madrugadas, después de despojarse del maquillaje y de
las ropas de ‘vida alegre’ quedan subyugadas por su vida nocturna y sin amor,
sus mañanas de sueño y la censura social que las azotan en su intimidad.
‘Mujer
marchita’ no es más que una angustiosa protesta del autor al ver el sendero que
toman muchas realidades que marcan destinos y definen condiciones en los
miembros de una sociedad.
Tal
vez por la desventura que narra la obra musical, en su momento, mediados de los
años ochenta, destronó a todas aquellas en las que antes se había abordado el
tema de la prostitución y se ubicó en lugares de privilegio, quizás por el
contagioso mensaje de solidaridad y reflexión que encierra. Al escucharla, aún después de 33 años de
haber sido grabada, muchos no se atreven a bailarla por la calamidad que narra,
porque “es como bailar en un velorio”.
Para
Daniel Celedón no fue fácil hacer esta canción porque requería ser muy
cuidadoso de modo que no hiriera susceptibilidades ni sonara como una crítica
vulgar, por eso tardó muchos años madurándola en su mente antes de decidirse a
escribirla.
“Rafael
Ricardo me dijo que ese tema era muy difícil de abordar porque lo habían
abordado muchos compositores y poetas y que me iba a meter en el cuento, pero
cuando la terminé me dijo: valió la pena porque la canción quedó muy bien. Cuando la presenté en sociedad, la gente
que la miraba con cierta reticencia, quienes me dijeron ¿tú por qué vas a cantar
una canción de putas, si nunca lo has hecho? se asombraron, pero eso era lo
que estábamos buscando, canciones distintas”.
De
esta manera, ‘Mujer marchita’ ha sido calificada como una obra repleta de
poesía, con una nostalgia dominante en cada estrofa que acentúa el significado
de cada palabra usada en ella. “Cuando yo canté esa canción estuve en la Unión Soviética
con Pablo López y ‘El Chiche’ Maestre. La canté con Pablo Milanés y León Gieco;
entonces Pablo me dijo: tú esa canción no la has hecho en pocos meses, se ve
que ha sido hecha cuidadosamente, bien elaborada”.
Muchos
años después de hecha la canción, Daniel Celedón, aceptando la invitación del
periodista Ernesto MCausland, visitó varios burdeles capitalinos presentándose
como el autor de la canción y fue bien recibido por prostitutas que se la
sabían y la cantaban, identificadas con la letra, que hoy cuenta con
traducciones al ruso y al alemán.
De
Pénjamo, sólo quedan las paredes envejecidas, pero en la memoria de Daniel
quedó sin resolver el significado del adiós de la cachaca aquella que lo
inspiró para hacer una canción, en la que hace alusión a la antítesis que
representan estas mujeres con el calificativo de ‘vida alegre’ que les dan.
“Lo
que recibí en mi infancia fue un impacto negativo porque la vi muy niño y me
dejó muy marcado”.
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son libres y se asume que respetuosos, en consideración del respeto que merecen todos los seres humanos.