La Navidad y el sentimiento de un poeta

El viejo reloj de pared marcó las cuatro de la tarde y la cordillera comenzó a untarse de un silencio místico que penetró hasta lo más íntimo del ser del poeta, quien no pudo soportar esa sensación espantosa y tomó la decisión.
“Vea tío, yo me voy. Yo no voy a pasar acá la nochebuena”
“¿Te vas Chendo?”, preguntó incrédulo el tío Luis Ramón.
“Sí tío, me voy”, confirmó el poeta.
Alistó su mochila, cortó cañas, empacó su cobija, se encintó el machete y cogió camino hacia el plan, perseguido de cerca por aquel silencio que hacía más denso el aire que le llegaba a los pulmones. “Ese es un silencio muy fuerte, aterrador, es un silencio de soledad”, describe el poeta.

Conjuran el dolor del conflicto, entonando un canto a la vida

“Hay un momento en que la música nos llama y nos dice que sigamos adelante,
y también nuestros muertos nos impulsan”:
Lubis De la Ossa.


En común tienen su talento para crear e interpretar magistrales obras del vallenato, tramos largos de sus vidas dedicadas a este folclor, y un amor ilimitado por la música, entorno en el que se desenvolvían felices y en paz.
Pero ese mundo de versos y melodías fue permeado por el conflicto armado, de modo que los espacios que antes eran exclusivos de poesías y creaciones armoniosas pasaron a ser teatro de lágrimas, sepelios y duelos inacabados.
En ese contexto volvieron a encontrarse y compartieron su nueva condición de artistas víctimas de la violencia. Entonces decidieron convertir esa circunstancia en un motivo para luchar, para aquietar los gritos de sufrimiento e impotencia y encontrar un espacio para cantarle a la vida.

Kaleth Morales, un recuerdo y un legado.

A lo lejos, el joven escuchó una melodía que impregnó su contexto esa mañana y se alojó en sus recuerdos. El aire lluvioso transportaba el anhelo de un hombre enamorado: “Yo no quiero envejecer y si estas conmigo le gano a los años, me llenas de juventud con solo mirar tu carita inocente. Asegúrame Jesús que después de mí no habrá otro que la bese y te prometo que siempre voy a quererla hasta el día de mi muerte…”. http://www.facebook.com/mrmosquera#!/notes/color-de-colombia/kaleth-morales-un-recuerdo-y-un-legado-hoy-seis-a%C3%B1os-en-el-limbo-por-su-muerte/10150346426728829

¡Y yo estaba ahí…!

El acordeón solitario y cansado invadía con sus notas todo el recinto, acompañando la voz añosa de un campesino que lanzaba un pregón triste. “Me da tristeza, hasta ganas de llorar por la violencia que nos está consumiendo, sólo mi Dios nos puede ayudar…”. Y seguía cantando el suplicio de una comunidad entera que sufrió, y sigue sufriendo, como muchas otras, las consecuencias de una guerra ajena. 

¡Ella es 'la más!



La conocí en el inicio de mis días. Se veía radiante en sus treinta y tantos, acariciando con ternura su panza, transmitiendo sus primeras ondas amorosas a la vida incipiente que crecía dentro de ella.

Era la séptima vez que germinaba en su interior la semilla de la vida; sin embargo, experimentaba sensaciones inéditas cada vez, se emocionaba y se apoderaba de ella una ansiedad feliz que ni siquiera las reminiscencias de los dolores de parto lograban eclipsar.

Un canto triste se oye…



Nadie sabe lo que llevo dentro. En la Biblia quedó un salmo abierto, que un día me leyó; y un adiós me quedó de su voz, silencio; las campanas el cielo escucho, dolido. Fue a la cita sagrada con Dios. Fue cierto. Se acabo el camino…”.


Se oye un acordeón a lo lejos y una voz que canta una poesía lastimera. Hay mucho dolor en esa historia. Es la descripción de un padecimiento mortal. Desasosiego, tribulación e impotencia hay en esa letra.
Los adioses son algo ‘inherente’ a los seres humanos, pero la despedida a la que se hace referencia en este canto va mucho más allá, traspasa las barreras de la nostalgia por la ausencia y hace pensar en heridas, en duelos, en luto.

Los olores de mi infancia

Ahí vienen otra vez los olores de mi infancia.
Han sido persistentes durante estos días. Se hacen presentes en mis noches de insomnio y en mis días de sol y me obligan sucumbir bajo el peso de las evocaciones: La leche klim con cola granulada de mis cinco años, el trigo cocinado de mis siete, los chontaduros de toda mi niñez; ah… los tapaos de chere y el quícharo pizao de los días de monte y las cucas y panochas en los ‘días de  pueblo’.