Ella
es madre de muchos hijos que no parió, es inspiración que impulsa a los que
sufren, es símbolo de resiliencia, esperanza que redime los dolores de la
guerra. Ella es un canto a la vida.
Ella emergió en un
entorno bucólico y fiestero que más tarde se manifestó en la esencia de su ser.
Fue en Sincelejo, Sucre, donde tuvo lugar su nacimiento. Ahí estaba el hogar de
don Julio, un reconocido juglar sabanero que interpretaba el acordeón como
ninguno, y una mujer de ascendencia antioqueña que amaba la sabana, quienes
tuvieron hijos, una de las cuales bautizaron como Lubys Elvira de la Ossa
Ochoa, nombre que a través del tiempo fue sufriendo una mutación gramatical
hasta quedar convertido en Ludys. Ahí creció la niña, entre tamboras, porros,
cumbias, colegio y familia, y que un día sorprendió a su papá con la noticia de
ser la ganadora de un programa de ‘
Pero ahí, agazapado,
estaba el dolor de la guerra, esperando el momento para entrometerse en su paz.
En marzo de 1996, mientras un hermano suyo ( regresaba del colegio,
presenció cómo sicarios asesinaban a un concejal y a su esposa. Cuando Ludys se
enteró, su hermano estaba malherido en un hospital, lo cual fue sólo el
comienzo de dolores.
Su hermano, su
familia, se convirtieron en perseguidos; lo seguían al colegio y a todas partes
porque él había visto a los homicidas. Sitiada por la zozobra, Ludys tomó a los suyos y salió de
su lugar para ir a buscar en ‘la ciudad’ una tranquilidad que no estaba ahí,
para entender que la angustia de la que intentaba escapar se había mimetizado
en su equipaje, había tomado otras formas para manifestarse, como por ejemplo a
través de la incesante pregunta: ¿Y ahora de qué vas a vivir en esta urbe?
Regresó a ‘su lugar’,
en Valledupar, y se encontró con espantos más crueles. En noviembre de 2003 fue
asesinado su hijo Santos Elías; “me
volví loca”, recuerda. Se interpuso en el camino del sicario motorizado que iba
“como alma que lleva el diablo” y le gritaba: “Me lo mataste sicario maldito”.
Cargando el más pesado sufrimiento, aguantó los trámites del funeral y pensó
que esa había sido su ofrenda de dolor una guerra ajena. “Yo no pensé que me
iba a tocar nuevamente la violencia, pero el seis de noviembre del mismo año mataron
a mi hermano (Faider) en Bogotá”. ¿Cómo
consolar a una madre que llora el duelo por su hijo, que era su hermano, cuando
ella misma aún no lograba secar las lágrimas por el suyo? De eso sabe Ludys.
“Fue
tan cruel porque en medio de todo lo que venía viviendo, tanta alegría,
recuerdos de ellos, de tanta música, de folclor, de pronto tocarte la violencia
es como cuando te van clavando un puñal y tú lo vas sintiendo cómo te penetra,
ese dolor tan fuerte. En la violencia quien lo vive es quien lo siente”.
Cómo recuerdo de
otras vidas, hacían apariciones en su mente los momentos felices de su
infancia, la tranquilidad y gozo de su música, el deseo sentir paz, de
perdonar, de exorcizar el dolor, de construir un puente por el que ella y otros
pudieran escapar de episodios como los que a ella le marcaron la vida. “Y vi
que el arte es muy indispensable”.
Sí. Analizó que así
como el fútbol es un poderoso integrador de naciones, la música tiene poderes
para derribar fronteras, para curar dolores, para construir vidas mejores.
Pensó en los niños como actores esenciales para cultivar en ellos ese ambiente
distinto en el que pensaba, a través de la cultura, la danza, la poesía, la
pintura, entendidas herramientas esenciales para construir “un vividero sano
que es lo que el país necesita”. Ella
era la más indicada para inspirar a chicos y grandes a nombrar con su arte
aquello que era doloroso en palabras; ella tenía la autoridad para hacerlo
porque sabía muy bien cómo huele, cómo sabe y cómo duele la guerra.
La Fundación ‘Un
canto a la vida’ es un lugar al que confluyen niños hijos de víctimas del
conflicto armado, a los que esta mujer les ha metido la música en el alma, al
tiempo que les inculca valores para una vida sana, convencida de que un niño
que se dedica a interpretar un instrumento es un niño que fomenta su
creatividad, se siente ocupado e inspirado, que sale del colegio y va en busca
de su instrumento para cantar porque “sí se puede construir paz por medio de
instrumentos”. Cuatro decenas de pequeños están hoy arropados con la sábana del
arte y la esperanza que Ludys extiende, sin excepción, para ellos, pero también
para otros adultos músicos que, como ella han pagado en la guerra deudas que no
tenían; entre ellos el guacharaquero Adán Montero, Julieth y Marieth, hijas del
rey vallenato Rafael Salas, y Néstor Martínez,
una de las glorias de la recordada agrupación musical ‘Los Playoneros
del Cesar’.
Su ejemplo y fuerza
convocantes han atraído a entidades y personajes que se identifican con su
apuesta y, ya sea de palabra o de obra, la han alimentado para seguir adelante;
entre ellos, el músico César López, creador de la escopetarra, quien hace poco
donó instrumentos a la Fundación, porque cree que éstos “serán herramientas que
se van a usar para cantar y componer canciones que sirvan de memoria y
reconstruir un país con la nueva música”. Pero hace falta mucho apoyo para
ampliar este ejercicio de redención a través del arte.
Las motivaciones
llegan también en reconocimientos intangibles como el que este mes le ha hecho
la Fundación Académica de Música Contemporánea – Decuplum, que la incluyó en
una exposición de mujeres artistas del folclor vallenato, en un centro
comercial de Valledupar. Todos estos son detalles que la inspiran a seguir
siendo la líder a la que otros siguen, una cajita de música que transmite
alegría y enseña cómo se pueden reparar los daños en el alma, cómo la música
impacta para bien las emociones humanas y transforma el alma.
“La tristeza que
tenía con la nostalgia se fue/del corazón la saqué, ya no es mi compañía/En mí
reina la alegría y por nada se desplaza/el porvenir no se aplaza, les damos
todo el cariño/cuando juega y canta un niño, la alegría vuelve a casa”:
Ludys De la Ossa.
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
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