En La Guajira, “el agua es melancolía, sólo la aridez perdura”

Había intimidad, confianza, música, trago, comida, alegría y lamentos exorcizados. Era uno de esos reencuentros de amigos que hace tiempo no se ven y que se confiesan entrañables a medida que avanzan los abrazos y se actualizan en las novedades de sus vidas. Al paso de las horas, uno a uno fueron despidiéndose, vencidos por el sueño o las demandas del tiempo familiar, y sólo quedaron tres, que se entregaron a la madrugada sin prisa, para renovar la esencia de su afecto añejo; ese era su momento y se apropiaron de él para invertirlo en la amistad. Uno de ellos sacó de su billetera una memoria en forma de tarjeta, la instaló en el equipo de sonido y se embebieron los tres en el deleite de las añoranzas traídas por las canciones de su pasado.

Conversaban animados, en un estado de regocijo evidente; brindaron por la vida, por sus evoluciones personales, por los años sin verse y prometieron reunirse más a menudo. De pronto sonó una canción que como un presagio les captó la atención de los tres. En ella, alguien cataba una crónica que, a juzgar por los detalles, tenía la necesidad de divulgar una situación extrema y desfavorable vivida por un pueblo: “Ya su piel esta cuarteada y su mirada ya es triste/la miseria encaminada y el hambre que no resiste/ya su fuerza se ha agotado y el aliento se ha perdido/ya sus piernas se han cansado no encuentran otro camino/el indio desesperado clama y clama por su suerte/su vivir es angustiado, queda cerquita la muerte”.
“Es que esa es una vaina jodida”, dijo uno de ellos, sin especificar a qué se refería exactamente; tampoco hubo necesidad, porque sus dos compañeros entendieron. Entonces el reencuentro que hasta entonces tenía visos de parranda mutó en una tertulia de análisis histórico, político, ambiental y social, que tuvo como epicentro el departamento de La Guajira y la grave crisis que amerita soluciones estructurales, que deben ir más allá de las subterfugios momentáneos que son las entregas de agua y otras ayudas. Esa noche hablaron del rol de comunicadores sociales que a través de los tiempos han desempeñado los trovadores de la región del vallenato, que se han encargado de pregonar con sus canciones los aconteceres cotidianos, como noticieros ambulantes, como correos de cantos, como narradores de su historia, sus triunfos, sus quitas, pero que también han sido quirománticos, cuyas alertas tempranas han sido desatendidas y terminan siendo música a secas, que se replica y se baila, pero que poco produce los efectos de cambio de actitud frente a lo anunciado por el compositor. 
Antes del amanecer, los amigos se despidieron felices por los abrazos, prometiendo organizar sus agendas para tener una nueva cita en abril, durante el Festival Vallenato en Valledupar, con una expresión de preocupación patria en sus rostros por lo que les decía aquel canto: “En el norte de Colombia, ampliamente en La Guajira/es notable la zozobra y la angustia que domina/al ambiente del desierto que reclama en su agonía/que alejen el sufrimiento que persiste noche y día”.
A finales de la década del setenta, el Alberto ‘Beto’ Murgas Peñaloza era un poeta naciente, con todos sus sentidos despiertos hacia la creación musical; hacía canciones a las cosas que lo inspiraban en su entorno natural y emocional; tocaba acordeón, aprendió guitarra y armó un conjunto vallenato con Andrés ‘El Turco’ Gil, que tenía como cantante al Pibe Rivera, todos ellos vecinos del barrio San Luis en Villanueva, donde también vivía Los Zuleta, los Torres y otros representantes del vallenato. Tocaban fiestas patronales, carnavales y cumpleaños por el norte del Cesar y el sur de La Guajira.
El mundo de Murgas le mostraba un ecosistema vigoroso, que no sólo nutría su musa sino que era parte de su cotidianidad. “En la entrada a Villanueva había un puente sobre el río y uno de muchacho se tiraba al pozo que existía, y más adelante había uno que le decíamos ‘El Trampolín’ y nos tirábamos de allá. Eso dejo de existir. Yo tengo años de no ver agua en ese río. Eran aguas cristalinas, tu sabes, como los que nacen en estos cerros, como Los quemaos, el Marquezote, que también están secos”, reflexiona hoy. Habla de estos como efectos del calentamiento que afecta al planeta entero. “No había dificultades ambientales. En Villanueva nosotros vivíamos en una floresta” y cita a Carlos Huertas cuando describió esa exuberancia natural que él menciona: “Hoy se nota en la floresta un ambiente de alegría y el rumor del Ranchería es más dulce y sabe a fiesta”.
En ese tiempo el conjunto vallenato fue contratado para tocar en Maicao, de modo que los músicos emprendieron la travesía de cinco horas en un bus tipo línea, de esos que les decían ‘Ay cosita linda’, por una carretera de piedras grandes, desde Villanueva hasta Maicao, al norte de su departamento. En el trayecto, Beto se encontró frente a un mundo hasta entonces inexplorado para él: El desierto: “Lo que vi fue la resequedad. Antes de llegar a Maicao veía como jagueyes, que era prácticamente el único lugar donde tenían el agua; en cambio nosotros sí teníamos abundancia de agua por acá, los ríos nuestros, las fuentes hídricas de Perijá y la Sierra no nutrían mucho y yo decía: Esto por acá es muy distinto a lo nuestro”. Conoció además la cultura matrilineal de esta etnia y pudo notar también que había cierto aprovechamiento por parte de los arijunas (así denominan los indígenas a los no indígenas) sobre los indígenas. “Yo no tenía un concepto de etnia, aunque uno de muchacho oía decir que eran distintos en sus costumbres. Allá yo noté que la mujer es la que trabajaba, la que llevaba la carga del hogar, aunque el hombre estaba ahí pendiente; esa es la cultura de ellos. Me impactó más cuando vi una especie de mercado que estaban haciendo el trueque, cambio de productos, y a mí me daba la impresión de que los arijunas fregaban al indio”.
 El impacto fue tal, que el compositor escribió  la crónica de su recorrido en una canción que tituló Grito en La Guajira, la cual fue grabada ese año (1977) por Juan Piña y Juancho Rois, en un trabajo discográfico llamado El Fuete y ha sido reencauchada por otros grupos. “Al ambiente del desierto que reclama en su agonía/que alejen el sufrimiento que persiste noche y día/es escaso su alimento, existe preocupación/ellos esperan un momento en busca de solución”. Pero hoy, casi cuatro décadas después, esa solución no ha llegado; el sufrimiento y la preocupación persisten, el alimento sigue escaseando”.
Al analizar su canción, frente a la realidad de su tierra, Beto Murgas se declara aún más preocupado e incluso avergonzado porque “para nosotros los guajiros es una vergüenza que los medios de comunicación estén hablando es de esa situación (un pueblo donde la gente se muere de hambre y sed) lo más irónico es la riqueza de este departamento”. Lamenta que en ese momento su proclama hubiera sido pasada por alto, como lo han sido las de otros compositores que han lanzado premoniciones que ya hoy se cuentan como hechos cumplidos. “Lo que uno se pregunta es por qué no se reacciona. Uno como compositor lo que tiene es la palabra, decirlo, esa es nuestra función social; uno no tiene otro poder de fustigar para que se hagan las cosas”, precisa, mientras lanza un nuevo mensaje, esta vez a los gobiernos: “Que por favor miren eso con detenimiento y compromiso. Porque la cuestión no es de juego”.
Dos años después de grabado Grito en La Guajira, el universo del vallenato conoció otro canto de un joven guajiro que en verso expresaba su protesta: “Compadre yo soy el indio que tiene todo y no tiene nada/trabajo para mis hijos, llevo carbón y pesco en la playa/yo soy el indio guajiro de mi ingrata patria colombiana/que tienen todo del indio más sin embargo no le dan nada/no hay colegio pa el estudio ni hospital pa los enfermos/todavía andamos en burro y en cayuquitos de remos/entonces ¿cuál es la vaina, qué es lo que pasa con nuestro pueblo?”.
Era Romualdo Brito López, oriundo de Treinta Tomarrazón, un pueblo de La Guajira que para la época en que él nació, 1953, no aparecía en el mapa, pero era importante; era el punto donde se establecía contacto entre el Caribe colombiano con las ciudades del interior; los guardianes eran soldados que en sus revelos semanales viajaban en mula hasta Riohacha, lo cual era aprovechado por la gente para mandar razones; ellos tomaban las razones y las llevaban, de modo que el pueblo terminó llamándose así: Tomarrazón. Desde siempre, Romualdo venía sintiendo el inconformismo por las injusticias sociales que afectaban a los suyos y lo cantó, no solo en la citada canción, ‘Yo soy el indio’, sino en otras como ‘Se acaba mi pueblo’, ‘Mi proclama’, ‘Se devolvieron los gallinazos’, ‘El marimbero’ y otras en las que denunció profusamente las grandes dificultades que se han vivido en La Guajira, resultado en parte de corrupción en los gobiernos.
“La guajira ha sido una tierra abandonada por el Estado y la clase dirigente nuestra de pronto en el pasado no fue la mejor. Ahora hay una nueva clase dirigente que parece más preocupada y todos tenemos la esperanza que en el futuro todo mejore para La Guajira”, expresa hoy Brito López, quien sigue sufriendo en el alma los dolores de su tierra, ‘con regalías del carbón, pero en el fondo sin ellas’, debido a las leyes poco favorables para los guajiros y a la mixtura de lo electoral con los derechos y las ilusiones del pueblo. “Siempre ha habido agua en La Guajira”, enfatiza y añade “Lo que no ha habido es una política decidida del Estado. El mar jamás se va a secar porque le quiten un poquito de agua. No quieren hacer una inversión para purificar el agua; en vez de estar engañando a la gente con pozos que no sirven para nada”. Las plantas desalinizadoras son, a su juicio, la solución, pero requiere una fuerte inversión de recursos y un trabajo serio, a lo que él dice que así como invierten los dineros provenientes de la explotación minera en otros departamentos, que se invierta en solucionar las necesidades locales.
Mira al futuro y no ve un claro panorama, “porque es que las economías están centralizadas; todos los proyectos que pasan los regionales, se hunden aquí porque el Ministerio de Hacienda dice que no es procedente, no es lo que quieren hacer acá, desde Bogotá. La plata la tiene el presidente en su bolsillo y él es quien decide a quien se la da”.

Betty Martínez está afligida. Es una wayúu de casta a la que su condición de periodista, reportera de Caracol Noticias, la obliga ver de cerca cada drama y llenarse de valor para mostrárselos al mundo. “Es algo bien triste porque ha cambiado la vida de los guajiros y especialmente de los wayúu que viven en zonas dispersas”. En su memoria, hace un viaje al pasado y ve imágenes de indígenas haciendo casimbas para conseguir agua, de manera fácil, sin tener que cavar muy profundo. “No se pasaba tanto trabajo, era una época muy distinta, una época florida de mucha primavera; llovía, porque en La Guajira se daban esas estaciones apoca de verano y de invierno. En el norte llovía, pero de un tiempo para acá no llueve; hay zonas en la alta guajira en donde han pasado cuatro años que no ha llovido y eso afecta el diario vivir del indígena: Se mueren los animales, no hay cómo cultivar; el tema de la dispersión, de no tener vías de acceso eso complica todo”. Aun así, sin que fuera extrema la situación de sequía, contaban con molinos de viento instalados en el gobierno del general Rojas Pinilla, quien “fue esos momentos el que se consideró como el redentor para el tema de agua en la guajira; pero además de eso, la tierra daba agua”, relata Betty.
Le preocupa a Betty la realidad ambiental del planeta y piensa que “la naturaleza nos está cobrando, que el medio ambiente ha cambiado considerablemente, que antes gozábamos de un medio ambiente más sano, de más verdor, más agua, veíamos como los indígenas wayúu se preocupaban y esmeraban por tener sus huertas, sus cultivos, porque tenían las condiciones para asistirlos a través del agua; alguien decía que por qué ha cambiado tanto la vida del wayúu y es porque la naturaleza nos está cobrando. Se le ha hecho demasiado daño al medio ambiente, la explotación de los recursos naturales, si bien ha servido para generar empleo, también genera daño ambiental en la gente y esa es una verdad de a puño a la que no podemos decir que no es así”. Añade que los wayúu son una etnia de gente trabajadora, “no como se nos está diciendo ahora, que son unos flojos; realmente el  no tener empleo incapacita para que estas familias puedan cumplir con los deberes que les corresponde con sus menores”.
Ante sus ojos se ha dado la transformación, “y duele en el alma de ver La Guajira cómo poco a poco se ha ido transformando el tema ambiental. Las ciudades han ido creciendo, los municipios, caseríos, las rancherías han crecido, pero ambientalmente está deteriorado todo; no se está haciendo lo que se debe hacer, los ríos están afectados, no está lloviendo, no tenemos animales, no hay cultivos y quien lleva la peor parte de esto es el indígena wayúu, que le toca muy duro para poder proteger a sus menores y esa circunstancia hoy es lo que está afectando el diario vivir de los niños. Hemos crecido, pero la naturaleza está cobrando todo el daño que se le ha hecho. El wayúu sabe vivir adaptándose a los embates de la naturaleza, sabe vivir cuando hay mucho verano, pero también cuando hay lluvia y cuando hay lluvia es una bendición porque es el agua lo que les permite a ellos estar bien, pero el no tener lluvia durante tanto tiempo afecta para que puedan vivir en una manera sana y puedan crecer los niños, que son en futuro de esta cultura, que a pesar de los embates conservan unas tradiciones que intentan preservar en el tiempo”.
Lo que para muchos es un absurdo es cómo en una zona tan rica como La Guajira, con gas, sal, petróleo, carbón y turismo en abundancia, mueran niños por hambre y la gente esté agonizando de sed. Es una tierra de contrastes, un rico pobre o un pobre rico; es tierra de patrimonio como el palabrero wayúu, como el vallenato tradicional, es cuna de poetas, poetas que no cesan de exaltarla en sus justas medidas, como Rafael Manjarrez -sólo para citar algunos más- quien cantó: “No sé por qué La Guajira se mete hasta el mar así, como si pelear quisiera, como engreída, como altanera, como para que el mundo supiera que hay una princesa aquí…”. Indispensable de citar a Hernando Marín, según quien “La Guajira se formó de una caricia del sol y del pincel milagroso del Divino”.  Fue un enamorado, defensor de su región y, por lo mismo, protestó y advirtió las desavenencias que ahí han tenido lugar; canciones como La ley del embudo y lo hizo también a través de una metáfora catada llamada ‘La Dama Guajira’: “La guajira es una dama reclinada bañada por las aguas del Caribe inmenso/y lleva con orgullo en sus entrañas su riqueza guardada orgullo pa mi pueblo/majestuosa encabezando el mapa/cual pedestal representando a un reino/luciendo con soltura y elegancia una gigantesca manta y joyas de misterio”.  Es un canto a una Guajira olvidada por años, pero apreciada en cuanto es descubierta su riqueza: “Colombia es un pulpo desaforado/con un millón de pescado en tiempos de subienda/ y parece un caballo desbocado con un jinete malo, sin quien lo detenga/y ese jinete viene enamorado y porque es india cree que esta de venta/pero el enamorado está casado, pa’ una unión de dotao, mejor sigue soltera… Ahora que la dama tiene plata, viene el galán a la casa y promete quererla/claro, tiene el gas que es una ganga, la sal de Manaure y su carbón piedra”. Esta canción cierra con un estribillo que menciona a quienes más allá de las fronteras se benefician con el carbón, que se llevan y dejan aquí la desgracia. “Pa’ los gringos, su carbon de piedra/pa’ los yanquis, su carbon de piedra/pa’ los monos, su carbón de piedra.... pa’ nosotros, una pila de tierra”.

Mirada de un experto
Está de moda hoy en los noticieros la grave crisis que atraviesa La Guajira, con alarmantes cifras de niños muertos por desnutrición; dan cuenta con profusa información sobre un pueblo que está sucumbiendo ante la sed y también de actos de corrupción que han dejado devastadoras consecuencias sociales. Las noticias muestran asimismo abundantes campañas para llevar agua a los sedientos y comida a los hambrientos. Ha sido La Guajira destino de diversos personajes, desde sociedad civil en ejercicio de acciones altruistas, hasta organizaciones  internacionales, pasando por el presidente Jun Manuel Santos, con sus ministros, quien ha dicho con énfasis, que su compromiso es con este departamento, llevó agua por miles de litros en un buque y está cavando pozos. También por la gobernadora Oneida Pinto, a quien se le ha visto viajar de aquí para allá y de allá para acá, en busca de apoyo para solucionar el desastre financiero que encontró en el departamento que, además, está endeudado, al punto que ser necesario llevarlo a Ley 550. Muestra todo esto de que se están haciendo cosas para atender la situación en la punta norte de Colombia; no obstante, se están escuchando también las expresiones de quienes reclaman soluciones más estructurales y definitivas: “Señor presidente. Allí en La Guajira está en juego la vida y el futuro de la etnia wayúu: sus niños; luego, las soluciones deben ser para toda la vida. Un camión con mercado es flor de unos días. Siga mandando camiones y cuando ya no haya más camiones el problema vuelve y revienta como el primer día; luego, esa no es la solución; pues la solución ha de ser de por vida. Los wayúu son nuestros hermanos mayores; es una comunidad colombiana, con derechos constitucionales y los niños más. El estado está obligado a proteger la vida y la dignidad”, escribió el compositor guajiro Rosendo Romero ‘El Poeta de Villanueva’.
William Vargas es un ingeniero agrónomo, máster en biología, profesor en botánica, experto de restauración ecológica, que dio su visión de La Guajira, su ecosistema y su realidad de hoy: “La Guajira tiene unas características climáticas distintas a las otras regiones secas, como por ejemplo el interior y el mismo Caribe. La influencia de las corrientes secas genera y ha generado unas condiciones especiales de sequía; estos bosques más secos suelen llamarse subxerofíticos y xerofíticos, con unas especies adaptadas a estas condiciones como los cactus, los cardones, son el resultado de procesos evolutivos de millones de años. Aunque el impacto humano ha sido clave en el deterioro de las coberturas, no es todo culpa del ser humano, a pesar de miles de años de ocupación. La crisis actual es muy severa porque las condiciones de La Guajira son más secas que las otras regiones; si en zonas secas ‘comunes’ las condiciones son difíciles, en La Guajira estos efectos se acentúan por las condiciones particulares locales”.
Menciona el experto la deforestación como factor que enfatiza los impactos actuales, genera sequía y escasez de agua y cita bosques como Macuira, que son forrajeados por cabras que a su vez consumen las semillas y la regeneración del bosque, igual a como ocurre en otras zonas. “Pero esta escasez no se puede resolver de la noche a la mañana. Los ecosistemas han sido tan fuertemente afectados que su recuperación -siendo posible- es difícil, lenta y costosa, pero menos costosa que otras opciones tecnológicas, las cuales pueden ser complementarias y, de hecho, deben serlo”.
Son estas condiciones particulares de La Guajira las que han provocado la sed. “No hay agua porque las condiciones locales propias de La Guajira así lo determinan. Estas imprimen unas características altas temperaturas, altísima evapotranspiración, características que se hacen más fuertes en las temporadas secas. Al no haber cobertura, porque se ha degradado o eliminado, se aumentan los niveles de evaporación. La regeneración del bosque o de las coberturas se ve afectada por las condiciones climáticas, pero también por los impactos humanos y de los animales. Si bien la cabra es la mejor fuente de alimento, es también una de las mayores causas del empobrecimiento de las coberturas”.
Al preguntarle cuál es la ruta que debería seguirse en La Guajira para alejar a las comunidades de tan triste actualidad, el experto responde que se debe recurrir a la tecnología para suplir de agua a las comunidades. “Si se puede extraer petróleo ¿por qué no agua? ¿Por qué no se una la energía solar como fuente para la producción de energía para obtener agua?, ¿por qué no se usa para disminuir los impactos sobre los pequeños bosques y nacimientos? La restauración ecológica tiene que aportar soluciones, pero estas se dan a largo plazo. Restaurar coberturas requiere tiempo, pero requiere también la eliminación, o al menos la disminución, de los factores que causan la degradación. Si disminuyéramos la corrupción a sus ‘niveles aceptables’ (como decía Turbay), siendo esta la causa de los problemas, otro sol brillaría en estas y otras tierras colombianas. Añade que es posible pensar en la desalinización, con energía solad como base.
Lo que se espera es que hoy que todas las miradas están puestas sobre este departamento, es que se escuchen las voces de quienes anuncian, advierten y proponen soluciones perdurables. Hace décadas lo vienen diciendo los compositores, pero sus advertencias han sido ignoradas; por hoy en La Guajira, igual a como lo vio Beto Murgas hace 39 años “el agua es melancolía, solo la aridez perdura”.

María Ruth Mosquera

@Sherowiya 

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