“El de las carcajadas era el viejo
Poncho Cotes, riéndose de un cuento que contaba Andrés Becerra y que decía
poesías toda la noche. Hablaban de amores y de penas”[i]. El
verso de Poncho Cotes Maya habla de cuentos que hacían reír, de poesía, de
evocaciones de amores, de nostalgias provocadas por las penas; pero sobretodo
habla de amistad y cofradía; todos estos, elementos constitutivos
imprescindibles en una parranda vallenata.
El diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española define la palabra Parranda como “Cuadrilla
de músicos o aficionados que salen de noche tocando instrumentos de música o
cantando para divertirse”[ii].
Y sí, pasar un rato agradable es un objetivo lógico; no obstante, al trasladar
este término a la comarca del vallenato, sus connotaciones toman otras
dimensiones que trascienden el entretenimiento y se instala en regiones del
espíritu, en aquello que sólo puede entenderse, digerirse, leerse, sentirse, en
los territorios del alma.
“El primer elemento fundamental de la parranda tradicional es la amistad”,
instruye Rosendo Romero Ospino[iii],
quien afirma que “se parrandea por amistad. Puede que la persona no hundiere
sido parrandera ni le gustara el trago, pero si era amigo”. En la ubicación de
la amistad en el primer puesto de los elementos constitutivos, imprescindibles
de una parranda, coincide con Adrián Villamizar Zapata[iv],
quien enfatiza en que “Una parranda
tiene que hacerse con amigos; porque la parranda es un momento para cargar
baterías anímicas. Tú no puedes cargar esa baterías con desconocidos”. Y se
suma el concepto de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata[v]: “La parranda vallenata que es,
fundamentalmente, un rito de amistad”.
Se entiende entonces,
por ser la parranda un ritual de amistad, su moderación en cuanto al número de
personas, tal como lo afirmó alguna vez Emiliano Zuleta Díaz[vi]: “Si son más de 20 personas, ya no es
parranda sino concierto”. Y se entiende también por qué cuando los amigos
se integraban en una parranda no tenían cabila los límites de tiempo: “En una parranda se detiene el tiempo y el
espacio. Es como si el exterior no existiera. Eso es muy emocionante”,
Poncho Zuleta Díaz[vii].
A
la amistad se suma el amor; amor a la música. “El gusto
que el hombre le da a reunirse para escuchar una canción nueva, un acordeón
bien ‘tocao’ o una guitarra bien pulsada. Eso va acompañado de ese amor a la música
nuestra”, expresa Rosendo Romero. Amor a
esa música, que se constituye en “el vaso comunicante entre los amigos”,
como lo define Adrián Villamizar.
En su obra Cultura
Vallenata, Origen, Teoría y Pruebas, Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa[viii],
expresa que “la parranda es, en este caso, y más que otra cosa, un homenaje a
la música; el acordeonero, el guacharaquero y el cajero lo entienden así, por
eso en aquel momento le imprimen reverencia y máxima consagración a su oficio”.
Cuentan los testimonios sobre respeto
por la música, de reverencia para la obra que interpreta el autor.
Los relatos orales
alrededor de la música vallenata tradicional dan cuenta de memorables parrandas
que tenían lugar en patios amplios, a la sombra de frondosos árboles, en
fincas, a lado de ríos, en fin, en entornos muy naturales, aunque podían darse
bajo techo. Gutiérrez Hinojosa se refiere a la parranda como un grupo de amigos
“reunidos por lo general bajo la sombra de un frondoso árbol en el patio de una
casa, o en ocasiones en el interior de la misma, cuando llena ciertas
condiciones de espacio para divertirse al ritmo de la música típica,
intercalada con otras joyas del folclor como chistes, anécdotas, relatos, etcétera”.
“Para que una
parranda sea memorable o tenga acogida o se pueda repetir, se requiere que
quienes la interpretan tengan el don de saber tocarla. Si hablamos de los intérpretes
de la parranda tradicional como Emiliano Zuleta, Toño Salas, Lorenzo Morales, Leandro
Díaz; ellos no solamente tocaban la parranda sino que además la animaban con
chistes y, como parte integral de la misma interpretación, casi siempre
explicaban por qué habían compuesto tal canción. La contextualizaban. De ahí vienen que muchos compositores que siguieron
el legado hagan lo mismo. Eso de contar
la historia de la canción es un elemento de la parranda”, añade Rosendo
Romero, quien también referencia parrandas de las galleras y aquellas que se
daban ‘por asalto’, cuando un grupo de amigos llegaba a media madrugada a la
casa de otro y éste abría puertas y ventanas y empezaba todo.
No deja de notarse la
nostalgia en la expresión de quienes alcanzaron a vivir las que llaman
auténticas parrandas y que se duelen porque éstas “son un hecho ya perdido”. Andrés
‘El Turco’ Gil[ix]
recuerda que en su niñez en el barrio San Luis de Villanueva, en La Guajira, “llevaban personajes como Escalona, Buitrago
(Guillermo), con el viejo Emiliano (Emiliano Zuleta Baquero); era muy bonito,
aunque estábamos muy niños, veíamos esa integración de amigos, departían de una
manera muy amena y uno veía eso”, pero hoy expresa que de esas parrandas “ya
queda muy poco. Diría yo que la misma tecnología ha dañado la parranda porque
ahora nadie está pendiente de quien está tocando un acordeón, quien canta, un
mensaje de una letra, sino que cada quien está concentrado en su celular,
conversando por whatsaap, o watsaapeando
como hablamos nosotros, o si no está hablado. A mí me ha tocado casos, aunque
no tomo un trago, pero he estado en sitios y digo van a hablar o espero para
presentarles a los niños”.
Le sucedió a Gustavo
Gutiérrez Cabello - ‘El Flaco de Oro’[x]: “Fue
un primero de enero. Yo venía caminando del Club Valledupar, caminé por todo el
Cañaguate y pasé por la casa de Petra Arias y recordé las parrandas
inolvidables que hacíamos ahí y me dio un guayabo (Otro sitio de parranda que
referencia es el Café la bolsa). Cuando llegué a la casa apunté ‘Parrandas
Inolvidables’, yo apuntaba los nombres, y después desarrollé la canción”… “Allá por el Cañaguate, pedacito de mi
Valle, la noche durmió su encanto en acordeón por toda la calle... Parrandas
inolvidables se fueron, callecita tan lejana y ahora es tocadisco y ya no se
oyen más los sones con sus detalles; casitas blancas de palma, ¡qué dolor! murió
la alegría en el Valle”. Las parrandas eran eso: Alegría, espacios de
nutrición para el alma, de camaradería y aquello que sólo es posible en un
ambiente construido entre amigos. Para él. Esos amigos eran entrañables.
“Antes no había
celulares; se recogía a los amigos en carro. Improvisábamos: Estábamos en la
plaza con Jaime Molina, Andrés Becerra y decía uno: “vamos a tomarnos unos traguitos” y de ahí salíamos en el carro a buscar
el acordeón, la guitarra; y se iba recogiendo a los amigos en el camino: Darío
Pavajeao, ‘El Turco’, Lácides Daza… Había distintas barras de parranda, no
siempre era con los mismos. Eso salía,
era espontaneo, no era necesario que fuera cumpleaños, ni fiestas; se buscaba
unas gallinas, se hacía un guiso, un sancocho; Andrés Becerra echaba cuentos,
Jaime Molina declamaba…”, evoca.
Hay dolor cuando
rememoran amistades del ayer, que así como las auténticas parradas ya no están:
“La amistad hoy es poquita. Las de antes eran amistades muy puras, muy
sinceras. Ahora la gente se ha distanciado, por compromisos, la verdad que se
ha perdido esa esencia de las parrandas. Uno no más con llegar y ver esos
amigos reunidos, uno se sentía feliz, alimentaba el alma”, expresa ‘El Turco’
Gil. Y duele aún más cuando ven que eso
que eran rituales sagrados a la amistad, a algo del alma y el corazón, hoy ha
sido colonizado por el comercio, al punto de encontrar ofertas de parrandas
vallenatas en sitios de venta por Internet, a 140 mil pesos, que pueden
comprarse por catálogo, tan fácil como un juego de sala, un nevera o un carro.
Las parradas se acaban,
afirma Adrián Villamizar y lo sustenta en las transformaciones en las formas de
relación de los sujetos: “Los mecanismos que sirvieron para establecer nexos
vinculación entre los individuos de tu región, la mía, las otras regiones del
país y muy especialmente en ese encuentro cultural de casi 300 años que fue el
terreno entre la Sierra Nevada, del Perijá y los Montes de Oca. Esa comarca estableció
una forma de vincularse una persona con la otra de tal manera que la gente no fue
uña y mugre sino cuero y carne”.
Añade que “fueron formas
de amar al prójimo tan intensamente, desde el punto de vista de la cofradía, la
madamera de gallo, la camaradería, la complicidad… Fueron ese grupo de personas
que podemos geográficamente empezar con Beltrán Orozco en Manaure y terminamos
con Chico Daza en Villanueva; pero en ese trascurso, hay un grupo de personas:
Escalona, Andrés Becerra, Toño Salas, Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Poncho Cotes,
Jaime Molina, que fueron ese ‘Archie y
sus amigos’; lo que el grupo de la cueva a García Márquez; el uno no podía
ser sin el otro, eran complemento del otro, ese grupo que armó esa forma de
vivir, esa forma existencialista de entender la vida, que ni la familia era tan
importante como su grupo, que se reunieron en La Jagua, en El Plan…”.
Y precisa que “esa forma de establecerse en relación, ya
no existe, porque los únicos lugares donde pueden existir esas formaciones son
en las barriadas pobres o en los pueblos, pero es tan frágil el equilibrio
social, que muchos de los que están surgiendo, migran buscando posibilidades
porque ya hay carreteras, hay avión, internet; la gente se va buscando vida.
Antes no tenían pa’ donde coger. Era acostumbrase a vivir la vida que les
tocó vivir y cada quien a forjar una identidad, por eso los personajes no se
movían por décadas, y en la esquina siempre encontrabas el mismo sujeto”
Esas formas de
establecer lazos de hermandad, ya no existen, como tampoco existen las
parrandas en su forma original, con sus elementos constitutivos, que incluían
incluso a los gorreros y el llanto que tomaba parte cuando la nostalgia por
evocaciones de momentos o amigos idos sacudía los sentimientos y halaba del
corazón lágrimas y lamentos. Queda entonces evocarlas, rendirle homenaje a esas
formas de amar, relacionarse y vincularse a través de la música, intentar en lo
posible leer el mensaje tácito que dejaron los grandes parranderos y honrar su
memoria, mediante la reconstrucción, fortalecimiento o creación de lazos de
amistad que puedan alimentarse con una parranda.
“Y cuenta la gente
que son espantos y que son almas que habitan en la sabana, que son felices en
sus encantos y que mantienen la alegría en la montaña. Dicen que los versos son
los versos de Emiliano, dicen que nos cantos son los cantos de Escalona y dicen
que después que cantan lloran, como si un amigo se ha alejado”
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
[i]
Canción Almas Felices, de la autoría de Alfonso ‘Poncho’ Cotes Maya, grabada en
1995 por el cantante Iván Villazón con el acordeón de Franco Argüelles, en su
producción ‘Sin Límites’.
[iii]
Compositor de música vallenata, conocido como El Poeta de Villanueva,
perteneciente a la dinastía Romero, compuesta por acordeoneros en su mayoría.
Además de ser uno de los más reconocidos compositores de música vallenata,
Rosendo Romero Ospino canta y toca el acordeón; es escritor, investigador y
conferencista del tema cultural regional. Nació en el barrio El Cafetal, en
Villanueva La Guajira, vecino del San Luis, los dos barrios de las dinastías
musicales en Villanueva, escenarios de
parrandas inolvidables.
[iv]
Compositor vallenato, médico de profesión, guardián de la heredad de los
grandes trovadores del folclor vallenato, guionista de la serie documental
Placeres Tengo. Adrián Villamizar Zapata es gestor de la declaratoria de la
música vallenata tradicional como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Nación
y de la Humanidad, en medida de salvaguardia urgente.
[v]
Entidad que organiza el Festival de la Leyenda Vallenata, la más grande fiesta
de acordeones, versos y poesía de este folclor que existe en el mundo.
[vi]
Acordeonero y compositor de la muisca vallenata, perteneciente a la Dinastía
Zuleta, hijo del gran juglar Emiliano Zuleta Baquero y hermano de Poncho
Zuleta, con quien conformó la legendaria agrupación Los Hermanos Zuleta, este
año homenajeados en el Festival de la Leyenda Vallenata.
[vii]
Cantante de música vallenata, perteneciente a la Dinastía Zuleta, hijo del gran
juglar Emiliano Zuleta Baquero y hermano de Emilianito Zuleta, con quien
conformó la legendaria agrupación Los Hermanos Zuleta, este año homenajeados en
el Festival de la Leyenda Vallenata
[viii]
Abogado, compositor, investigador, ambientalista, fundador de la reserva
natural Ecoparque Los Besotes, primera AICA de Colombia.
[ix] Acordeonero Villanuevero, nacido en
el barrio San Luis, vecino y amigo de grandes músicos de hoy como Emiliano
Zuleta, Beto Murgas, la dinastía Romero y Cuadrado; fundador de la Academia de
Música Los Niños Vallenatos de ‘El Tuco’ Gil.
[x]
Compositor de la música vallenata destacado por su romanticismo y evocación de
los hechos vividos, por ser precursor de un nuevo estilo lírico a la hora de
componer; rey de la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, de
cuya junta directiva hecho parte siempre. Dueño de numerosos reconocimientos,
entre los que se cuenta que es Gloria Nacional del Folclor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son libres y se asume que respetuosos, en consideración del respeto que merecen todos los seres humanos.