“Todo lo sufre, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, dice el libro de Corintios sobre la
naturaleza del amor, del verdadero amor; y reitera que “el amor nunca deja de
ser”, a pesar de las tempestades, ciclones, huracanes o lo que sea que tenga
que resistir.
Y
esos: Sufrir, creer, esperar y soportar son verbos que se han conjugado literalmente
en el sujeto Juana Fula durante más de medio siglo que ha persistido amando a
Sergio Moya Molina, el hombre al que decidió unir su vida
desde cuando era apenas una adolescente de quince años y todas las fibras de su
ser se sacudieron ante los galanteos de ese muchacho alto y flaco le hacía
sentir mariposas revoloteando su vientre, respirar un aire más liviano y ver
los días más bonitos. “Yo soy samaria, pero tengo 54 años de estar aquí con Sergio.
Él iba a Santa Marta y yo lo vi allá con un tío; después me vine para
Valledupar a vivir con mi mamá y lo encontré a él”, recuerda.
No puede decirse que
fue un amor a primera vista, porque ya se habían visto antes. “Ella tenía siete
años; yo, unos 13 o 14. Eso fue en Santa Marta. No pasó nada sentimental en esa
época, sino que nos conocimos como cualquier par de niños. Da la casualidad que
muchos años después, se dieron los acontecimientos que ella vino a Valledupar a
pasar una temporada vacaciones con la mamá y los tíos y experimentaron la plaza
para un negocio que ellos pensaban montarlo acá; yo trabaje en la empresa que
ellos montaron, y ahí fue cuando vino la relación. Cuando ella volvió acá ya
era una mujer de 15 años; era una ‘hembrona’, como decimos acá, y fue cuando
surgieron los amores y me traje ese contrabando de Santa Marta”, relata Sergio.
Y los padres de ella
consintieron en la relación porque al que le estaban entregando su hija era – y
sigue siendo - un hombre noble y trabajador, al que le gustaba la parranda y
tenía muchas amistades. También lo sabía Juanita, aunque no contaba con que a esas
parrandas y a esas amistades se sumaban las aventuras amorosas con otras
mujeres. “Él ha sido bien conmigo; responsable. Lo único es el poco de mujer
que tuvo; lo que no me gusta es que tuvo un poco de hijos por ahí”, lamenta hoy
Juana.
Unieron sus vidas en
el año 1962, producto de un amor grande; tanto, que a ella la fortalecía para sufrir estoicamente las ausencias de su
marido, con la certeza de que estaba con otras mujeres; para creer en él una y otra vez cuando le
decía que se trataba de amores pasajeros, que a ella nunca la olvidaba, que sus
corazones eran inseparables; a encomendarse a la Providencia Divina y esperar que le aquietara los bríos al
mujeriego al que le había entregado su corazón; a soportar el peso de la infidelidad recurrente y confesa, por amor a
su hogar.
Le reclamaba
constantemente, como era natural, pero “nunca se me dio por abandonarlo; por
los pelaos, por estar con ellos. Nunca se me dio por irme”, enfatiza Juana.
Habían transcurrido ya ocho años de unión, celos de Juana y desafueros de
Sergio, quien empezó a preocuparse por
la tensión que se estaba mudando a vivir con ellos. “Yo había acumulado ocho
años de desorden. Estaba en la cúspide de mi desorden sentimental, en la flor
de la juventud; un entorno de novias, mujeres y eso ocasionaba trauma en el
hogar”, confiesa él. Y buscando la forma de apagar la hoguera que consumía la
relación, de desahogarse y de calmar la situación, le hizo una canción a su
mujer:
“Cuando
salga de mi casa y me demore por
la calle, no te preocupes Juanita porque
tú muy bien los sabes que me
gusta la parranda y tengo muchas
amistades; y si acaso no regreso por la tarde,
volveré al siguiente día en la mañanita… Si me encuentro alguna amiga,
que me brinde su cariño, yo le digo que la quiero, pero no es con toda el alma,
solamente yo le presto el corazón por un ratito. Todos eso son amores pasajeros y a mi casa vuelvo siempre completico”.
Era una declaración pública de la
infidelidad, una reiteración de su amor por ella, una petición para que lo
tolerara, una súplica para que lo dejara seguir tranquilo su vida de parrandero
y mujeriego, una advertencia a recibirlo bien para no tener que volver a irse.
“Cuando la escuché,
que la grabaron los Hermanos Zuleta, dije: Me gusta, dice toda la verdad”,
expresa hoy, entre risas, Juana Fula, cuyo nombre, a partir de ese momento mutó
a ‘La Celosa’ y así ha pasado a la historia, como protagonista de uno de los
clásicos del folclor vallenato. “La han grabado bastante”[i],
añade.
La estrategia de
Sergio Moya con la canción apaciguó un poco el ‘incendio’ en el hogar, sin que
se dieran transformaciones trascendentales, pues él siguió siendo mujeriego y
ella siguió siendo celosa; él siguió componiéndole canciones para hacer
catarsis a lo que sentía, para seguir siendo él, dando rienda suelta a su
esencia. Se atrevió incluso a empezar una
colección de mujeres, encabezada por ella, por Juanita: “El orgullo de todo buen mujeriego es tener una colección de mujeres,
porque así con el tiempo va descubriendo entre todas cual es la que lo quiere.
Por eso yo estoy pensando en serio, voy a hacer una colección de mujeres. La
primera fue Juanita, le entregué la vida mía; la segunda es María Luisa y la
tercera Ruth María, la cuarta y la quinta no las nombro todavía”[ii].
Sí. Después de hecha
la confesión pública, lo que siguió en la vida del compositor, el hombre
público, fue una cosecha de canciones en las que reafirmaba su condición de
parrandero mujeriego y demandaba - con cantos, afecto y jocosidad - a su mujer
encajar en el modelo de esposa sumisa - en todos los escenarios - culturalmente
aplicado y aceptado para la mujer de bien, la mujer ideal. “Morenita de mis amores, yo quisiera darte un
consejo, que ya me estoy poniendo viejo y todavía no estás conforme, es que a
ti te matan los celos y eso aburre mucho a los hombres”[iii],
cantó.
Fueron expresiones
matizadas por la picaresca y el gracejo, que le dieron al autor la fortuna de
hallar gracia en quienes las escuchaban y terminaban coreándolas e
identificándose con las situaciones en ellas expresadas, bien fuera porque
desde su ser masculino se reflejaran con el lío de tener una mujer celosa en la
casa, o porque fueran mujeres enfrentadas a la tribulación de tener un marido
infiel y parrandero, contradiciendo el pacto tácito de entrega y compromiso
moral que subyace en el amor. Así, Sergio pensó en hacer una competencia entre
sus mujeres y hasta consideró la posibilidad de pedirle a la guerrilla que se
llevara a Juana, por celosa, haciendo la salvedad de renunciar a esa idea, ya
que ella mostraba.
De forma paralela,
Sergio Moya Molina fue acumulando un repertorio de cantos diversos, que
mostraban radiografías pueblerinas, temáticas sociales, homenajes al entorno
natural y bucólico de su existencia, traducciones del estado de su alma
brotados en cualquier momento, en respuesta a ese algo humano y explicable para
los poetas porque “a veces uno se siente inspirado y el sentimiento se vuelve
canción”; o verdaderas odas al amor, del que la principal protagonista era, por
supuesto, Juana Fula, La Celosa, el amor de su vida, de la que hoy dice: “Yo
llevo 54 años aferrado a La Celosa y no quiero separarme de ella”.
Ella, entre tanto, se consolidó como la
compañera incondicional, madre ejemplar de sus hijos (propios y ajenos),
columna vertebral que ha sostenido en pie el hogar, independiente de los muchos
traspiés que debió esquivar.
Hoy viven tiempos de
refrigerio amoroso, los ardores del alma y el cuerpo del enamorador empedernido
se han sosegado y el espíritu de La Celosa se ha ido acostumbrando al hombre
hogareño que ahora es su marido. “Él ya
no amanece en la calle ni nada; ya no sale de aquí, no me deja sola. De pronto
nos casamos en diciembre”, cuenta ella y añade, “ahora es que se a casar,
ahora que estamos viejos”, dejando en evidencia algunos visos de incredulidad
del juicio de su marido.
“Pero
sí estoy juicioso”, afirma él e instruye: “Lo que pasa
es que con los hombres mujeriegos y desordenados, como he sido yo, pasa como con
esos capos que dejan esa huella tan grande que por mucho que se regeneren y se
ajuicien, no les creen que se haya ajuiciado; les aceptar que un hombre que ha
hecho tanta maldad tenga una transformación tan trascendental; dejamos una
huella casi imborrable que no pueden creer que un tipo que fue tan desordenado
y mujeriego se haya ajuiciado, pero la verdad es que estoy muy juicioso”.
Expone él los
argumentos que explican el comportamiento de un artista mujeriego: En el mundo
del artista hay muchas mujeres y trago, eso incentiva el desorden en los
artistas; la gente no acepta ese juicio. En este mundo, el de los músicos y los
artistas, tiene uno tanta simpatía; lo que más prevalece son las mujeres y
cuando uno tiene un corazón tan sensible, tan blandito como lo tengo yo, es muy
difícil que uno se resista ante tantas sonrisas bellas, besitos y abrazos que
le dan a uno en el medio artístico; es muy difícil sostenerse uno invicto, sin
mirarla, sin echarle un piropo, sin darle un besito, sin tocar a una mujer de
esas”.
Por
estos días se les ve, a Juanita y Sergio, tomados de la mano, recibiendo el
cariño de la gente por toda una vida de aportes al folclor; no sólo de él, sino
de ella como musa que lo inspiró, como compañera fiel
del trovador, como madre de talentosos artistas (el Trío de Oro – Los Hijos se
Sergio Moya), como la mujer con el corazón a prueba de infidelidades o como la
evidencia de que el amor verdadero ‘Nunca deja de ser’.
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
[i] La
canción la Celosa, grabada por primera vez por los Hermanos Zuleta, ha sido
grabada en 29 versiones, según información de su autor: Sergio Moya Molina.
[ii]
Canción Colección de mujeres, de la autoría de Sergio Moya Molina: https://www.youtube.com/watch?v=-jHg5zQHGbk
[iii]
Canción La Incorregible, de la autoría de Sergio Moya Molina: https://www.youtube.com/watch?v=_aY7tp2rl0o
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