Coraje fue lo que
sintió Santander Durán Escalona ese día, cuando pasó por la plaza del pueblo y
vio a tantos indígenas arhuacos tirados en los sardineles, ebrios de
chirrinchi, despojados de sus mochilas, poporos, tutusumas y, en sí, de su
esencia ancestral. “Sentí rabia contra
nuestra gente por desconocer un patrimonio cultural tan valioso”.
Tenía razón. Los
‘blancos’ sacaban a los indígenas de su entorno, los emborrachaban, les robaban
sus elementos sagrados y los exhibían ante los ‘cachacos’ como artículos de
feria, hecho que evidenciaba un desconocimiento absoluto del tesoro cultural
que bajada de la Sierra Nevada.
Corría la época de
los 60, ‘Santa’ había llegado a Valledupar en un corto viaje de vacaciones, con
una emoción enorme de volver a caminar por las calles de su infancia y unas
ansias inagotables por componerle a todo. Se conmovió y comenzó a relacionar
las escenas vistas con el gran despojo sufrido hace más de 400 años por las
comunidades indígenas en América
Entonces
se sentó con un papel y un lápiz, y en un lamento poético, planteó la
problemática de los indígenas del continente, remitiéndose a un ejemplo
regional. “No recuerdo cuanto me demoré
escribiendo; lo hice con coraje, creo que debió haber sido muy rápido”.
Terminó su canción
‘Lamento arhuaco’ y la guardó junto con muchas otras que permanecieron en el
papel y la mente del joven poeta, quien estudiaba su bachillerato y luego la
universidad. Hasta ese instante, suyo solo se conocía el tema Añoranzas del
Cesar.
En
el último año de carrera, estando en Ibagué, Santander habló con su hermana
Stella: “Le dije que se buscara un acordeonero para que presentara dos
canciones: Lamento Arhuaco y Las Bananeras. Ella, siendo
una niñita también, se le midió y la cantó, acompañada de Alberto Pacheco, quien
ese año (1971) se coronó rey vallenato”.
Cuando se enteraron
del triunfo, los vallenatos radicados en Ibagué llegaron con una algarabía
tremenda al apartamento de Santander, quien se negaba a creer que su canción
hubiera ganado el primer puesto… “Con los 35 mil pesos que gané arreglé el
‘problema’ de ropa por ese año”.
‘Lamento
arhuaco’ tenía que ganar, no porque las otras canciones no fueran excelentes,
sino porque ésta es una canción distinta. Son cinco
estrofas en tono menor con una melancolía absoluta, ajustándose el autor a los
parámetros de la música indígena, pero dentro de un ritmo musical vallenato que
bautizó en ese momento ‘paseo lamento’.
“Hoy
solo quedan de aquellas glorias/leyendas, ritos, resignación/muchas tristezas,
bellas historias/y el gran olvido de la Nación. En noches tristes la Nevada
/cuando aúlla el viento en los arrayanes/el indio añora su tierra amada/al
viejo valle de sus mayores”.
“La música es
monótona porque yo no podía hacer una canción alegre para narrar una tragedia
como la que estaba encontrando, no podía hacer cambios musicales porque la
música indígena no lo permite”.
Al momento de
escribir, Santander visionó la gran importancia que tendría la música vallenata
y consideró que requería dos características esenciales: canciones muy
elaboradas y una forma de interpretación tal que permitiera el lucimiento de un
posible cantante.
Con
Lamento Arhuaco inició la carrera de triunfos de Durán Escalona, único
compositor que ha ganado en cuatro oportunidades el concurso de la canción
inédita en el Festival de la Leyenda Vallenata, incluido el ‘Rey de Reyes’.
Cuando el corazón es
sensible hace que las personas sientan amor celoso, uno que no les permite
pasar por alto las cosas que afectan a su patria; de ello es ejemplo este compositor,
quien protestó con Lamento Arhuaco por un desaire a los valores propios, y
volvió a hacerlo 16 años después con ‘La canción del valor’ que también fue
ganadora indiscutible del Festival.
“Invoco
a los espíritus del viento/de la guerra, de la paz y del amor/a la sombra de
los antepasados/y a la poesía futura de un cantor/para que cante la gesta de mi
pueblo/cuando no exista ni el eco de mi voz/y hayan pasado los siglos/y la
historia no sea contada por el conquistador”.
La canción es una
protesta que nació del corazón del poeta en un momento en que aún no se había
creado el departamento del Cesar y el territorio seguía cobijado por el
Magdalena Grande. Un grupo de
estudiantes propusieron una apertura política con Santa Marta, por lo que
‘Añoranzas del Cesar’, de Santander, fue escogido, junto con ‘El departamento
del Cesar, de Alberto Pacheco, como tema promocional de la ‘independencia’.
El movimiento de los estudiantes naufragó, pero por cuanto su idea planteaba
oportunidades políticas y económicas para la región, los jóvenes líderes de la
época retomaron el proceso y lo sacaron adelante.
Fue
un momento histórico que sirvió de musa para que Santander hiciera la que
considera “la canción más importante que he hecho.
Es una canción de rebeldía, un rescate histórico para una figura nuestra, en un
momento de la historia que necesita ser investigado con más profundidad, y no
por mí, sino por los verdaderos investigadores de historia regional”.
En medio de ese
proceso, llegó a manos del compositor un ejemplar de ‘El Cesar’ -un periódico
editado a raíz del momento coyuntural- en el que encontró una investigación que
hablaba del cacique Perigallo, remitiendo a Santander a un libro de Pedro
Castro Trespalacios que en un párrafo, de no más de ocho líneas, habló de la
existencia del Cacique, quien se había tomado a Valledupar durante cuatro años
(en 1616) y había gobernado la ciudad con la población española adentro, y que
había sido derrotado por el capitán Francisco Martínez Rivamontán de Santander,
y que lo habían ahorcado en la plaza de Valledupar junto con otros caciques, y
que los demás caciques habían sido enviados a cumplir condenas perpetuas en
Galeras.
“Esto me dio a
entender que había habido un gran movimiento indígena de rescate, que se había
planteado un modelo de guerra novedoso para la época, que era la recuperación
de territorio por parte de los indígenas y que posiblemente era el primer
indígena que había recuperado territorio a los españoles en América”.
Se
puso a escribir y como tenía la musa fresca, contó la historia ‘de un tirón’ y
la guardó. Su obra contenía un mensaje de patria, de
resistencia cultural ante el que trata de avasallar, un mensaje político: el
cacique prefiere la muerte a ser vasallo de los españoles o de cualquier
forastero.
Muchos años después,
tomó la obra de arte entre sus manos y dijo: “Lo que está escrito aquí es
verdad, pero hoy yo no la escribiría así”, y se dio a la tarea de reescribir la
misma historia con estructura nueva. “Elaboré
‘La canción del valor’ y ese mismo año la metí al festival… y gané”, por
encima de las figuras de la composición de ese momento, entre ellas Diomedes
Díaz. Posteriores investigaciones han ratificado la existencia del cacique
Perigallo.
Saber más y contar
sobre aquellos hechos trascendentales para su entorno ha sido la constante de
este autor, erudito en temas ambientales, maestro en cuanto a la creación de
obras se refiere. Con su segundo triunfo
siguió concursando en el Festival, en una oportunidad su canción -‘Los hijos
del café’- era favorita, pero por esas cosas del destino a las que él no les
‘gasta mente’ no alcanzó a llegar a la final. En otra ocasión presentó
‘Ausencia’, que no ganó el Festival, pero sí se metió en el corazón de la gente.
Y siguió.
“No
se vaya a descuidá, no se vaya a descuidá/coja el lazo compañero, pique al
caballo melao/Buscando la punta el monte se voló el toro matreto/el rey de los
cimarrones, se voló pa’l otro lao/y si llega a la montaña, se perdió/y si llega
a la montaña, se perdió/Porque no ha nacido quien pueda enlazar a un toro en
las montañas del Cesar…”.
El
discurso de un caporal, relatando todos los sucesos de un viaje de ganao le dio
a Santander Durán el título de Tri-rey de la canción inédita en el
Festival. ‘Cantares
de vaquería’ es el resultado de una investigación sobre estos cantos, de los
que nació la música vallenata, como una de las tantas vertientes de las cuales
se fue conformando este folclor.
En su recorrido
investigativo, Santander, criado en el campo, hijo de ganadero, ducho en
labores pastoriles, ingeniero agrónomo, compositor, se encontró con los
cantores de la sabana de Bolívar, donde hay cantos de zafra, de monte y de
vaquería. “Los de zafra son los macheteros, los de monte yo los escuchaba de
niño por los hombres que trabajaban descuajando las montañas en la finca de mi
papá; eran montañas en las que solo faltaba Tarzán: Selva pura, con el tigre
adentro. Entonces ellos iban cantando iban descuajando y avanzando hacia
adentro del monte”.
Compiló historias
sorprendentes protagonizadas por hombres que, fieles a una herencia de siglos
anteriores, guían las manadas cantando locuras, con o sin sentido, unas cosas
bonitas y otras que no lo son tanto, pero logran que el ganado no se
desperdigue. Encontró historias de familias enteras formadas en las labores de
vaquería.
Con toda esa
información, llegó a su casa en el emblemático barrio Cañaguate y escribió un
son con un lenguaje bucólico que puso a soñar a muchos con los campos del
Cesar.
“Hay
que enfatizar que los trabajos de vaquería están vivos; nosotros en la ciudad
nos encerramos y creemos que estamos en otro mundo, pero cuando uno sale a las
esquinas de Valledupar encuentra a los hombres montados a caballo arriando
ganao”.
Hace unos años, en un
mes de marzo, lo sorprendió la noche en el patio de su casa recordando y
añorando una serenata memorable que dio como desagravio por ser un mal padrino.
La algarabía de los pájaros en la ‘pequeña selva urbana’ lo acompañó en sus
recuerdos. Un encuentro con su comadre hizo que Santander se sintiera un poco
mal.
-“Necesito hablar con
usted”, dijo la comadre
-“Cuénteme”,
respondió él
-“Imagínese que las
niñas cumplen años y yo quiero ponerles una serenata. He invitado a unos amigos
y quiero que usted esté ahí porque desde que me las bautizó no ha ido a la
casa.
Avergonzado por la
evidencia de su ingratitud, preguntó: “A propósito ¿cuantos años cumplen las
gemelas?
- “Quince”.
Hacer la cuenta de
quince años, 180 meses, sin visitar a sus ahijadas lo hizo sentirse como el
peor de todos los padrinos del mundo y lo comprometió a cumplir. El día de la
fiesta, entró al patio de la celebración y se encontró entre once guitarristas,
once amigos con los que hacía tiempo no se veían, y mucho menos parrandeaba.
Fue un encuentro “sabroso” de recuerdos de amores viejos, de gran fraternidad.
A la mitad de la
noche el poeta levantó la mirada y se ‘tropezó’ con un cielo azul colmado de
estrellas con una luna llena “preciosa” en todo el centro; entonces le dijo en
voz baja a uno de sus amigos:
- Oye Lucho, esta
noche está como para más serenata ¿por qué no nos volamos y ponemos más
serenata?
-¿y a quién?
-“A la que sea”.
Al despedirse de sus
amigos, lo único que Santander le pidió a la vida fue que le diera la
oportunidad de volver a compartir una noche igual con las mismas personas.
“Anoche
el canto de mis compañeros/tenía motivos para celebrar/por el encuentro de doce
troveros y los amores que no morirán/porque otra noche, bajo el mismo cielo/podamos
juntos volver a cantar”.
Cuatro días después,
hizo llorar a su comadre cuando le cantó ‘Entre cantores’, la canción que
compuso esa noche. Regresó a su casa y la guardó.
Entre los planes de
Santander Durán no estaba volver a participar en el Festival vallenato, pero no
pudo evadir la convocatoria de Rey de Reyes del 2007. Tenía el compromiso
tácito de hacerlo, por ser él el único tri-rey de esa categoría. Buscó entre
sus archivos y se sorprendió de nuevo
añorando la noche aquella.
Puso la letra de la
canción y la guitarra sobre la cama, pues pensaba que la canción era muy
bonita, pero si quería estar en la final del Festival tenía que ser una canción
con mucha poesía y que le llegara a la gente. Tardó ocho meses con la canción
en la cama, analizando la forma de mejorar las estrofas poéticamente; había
días en que no se le ocurría nada. Rehízo la letra e intentó mejorar la música,
pero la canción no se lo permitió; entonces le habló a su obra: “Bueno señora canción, usted sabe pa’onde
va, no quiere que le cambie la música, pues con esa música se va a defender.
Defiéndase. Y la canción se defendió, consolidando a Durán Escalona en un
sitial de privilegio del certamen más grande de la música folclórica
colombiana, del templo en el que se guardan importantes valores de la cultura
colombiana.
Eso es para él el
Festival: “Un guardián, que tiene la gran responsabilidad de no dejar que las
cosas se desvíen, en aras de un mal promocionado comercialismo porque todos los
días llega gente de distintas partes a la música vallenata, en paracaídas, y si
por alguna razón tienen éxito, se consideran ‘los tales de la música vallenata’
y se olvidan que detrás de ellos hay una tradición de doscientos o más años,
entonces un compositor tiene mucha responsabilidad cultural con su comunidad,
con la Nación; el compositor no se debe dejar tentar por la moda, puede
enriquecer con su sabiduría, con sus talentos y con sus conocimientos
académicos puede hacer bellezas, con unas
matrices musicales que ya existen, que se formaron hace por lo menos
doscientos o trescientos años y eso hay que respetarlo”.
A nivel personal,
opina que el Festival Vallenato es el gran escenario que le ha permitido forjar
un nombre como compositor. Al ganar en 2007, anunció: “No concurso más. Ya es suficiente; cuatro triunfos -entre ellos un Rey
de Reyes- ya que el festival no me declara, yo me declaro fuera de concurso. No
sé si dentro de diez años estoy vivo y me presento al Rey de Reyes”. Hace
dos tardes, mientras terminaba el glosario de su libro sobre la Parranda
Vallenata, ratificó su anuncio: Si el próximo año la Fundación del Festival lo
permite, si los reyes de reyes pueden concursar, él lo hará.
Así es él: un poeta,
un compositor que con sus obras ha contribuido con su cultura y con su Patria.
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
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