Era un día distinto.
Un sol de lluvia se había anclado desde temprano en Valledupar, llenando de
esperanza a la tierra sedienta y dándole a la mañana una tonalidad de cinco de
la tarde. La brisa fresca y tenue que venía de la Sierra Nevada atravesaba las
ventanas abiertas de la edificación y seguía de largo, disipando apenas un poco
el sopor del verano.
Emilianito llegó con
prisa y sin equipaje, previo a otro viaje de los muchos que llenaban la agenda
de homenajeado en una fiesta grande y determinante para la cultura de su región
y orgullo de la humanidad. Había cansancio en su semblante. Bebió agua,
concretó detalles para el gran acontecimiento y se disponía a marcharse, cuando
alguien lo llamó con la complicidad de los sonidos de un acordeón. Escuchó en
silencio y fue posible ver cómo de atenuaba el trajín de su piel, pintando en
su rostro esa expresión sin nombre que adquieren las personas cuando las invade
el efecto milagroso del amor, ese que sana, que sacia, que hace que todo se vea
bonito.
Son esos los efectos
del acordeón, ese que lleva incrustado en su alma. Es amor genuino e inalterable
entre el hombre y el instrumento. “Es tanto lo que quiero al acordeón que le compuse
una canción, que ninguno le ha compuesto, que caso tan fregao”, expresó, ya embebido en melodías, tocado por la magia
de la música, de su arte redentor.
Son amores que se fraguaron en la clandestinidad, a escondidas de sus
padres Emiliano Zuleta Baquero y Pureza
del Carmen Díaz Daza, quienes
se opusieron con todas sus fuerzas a que su hijo, su primogénito, estableciera
una relación con el acordeón, que no tenía las mejores referencias, que ya
había conquistado a su padre y había hecho padecer lágrimas y ausencias a su
madre. “Me pegaban por eso. Como mi papá tocada sus
parrandas, se acostaba a las cuatro de la mañana y ponía el acordeón en un
sofá; yo me levantaba a escondidas a cogerlo y él lo oía y cogía mi mamá y pe
pegaba, porque la de acordeón era música vulgar y antes era despreciada por la
gente; era para los borrachos; le decían antes ‘Música Coralibe’, esa palabra
fue muy conocida, quiere decir que la música es corroncha, de bajo nivel”,
recordó esa mañana Emiliano Alcides Zuleta Díaz.
Bien sabían sus padres que cuando el muchacho aprendiera el arte de
tocar el acordeón y se compenetrara con él, caería en el insalvable abismo del
amor del que no podría salir nunca más, aunque tampoco querría hacerlo porque
se trataba de un sentimiento que había nacido con él, tal como lo pregonó más
tarde en sus versos: “Desde cuando vine a
este mundo tengo amores con mi acordeón”[i].
Es una historia que permanece fresca en la memoria de la familia Zuleta
Díaz, tal como la evocaron una tarde sus hermanas, María, Carmen Emilia y
Carmen Sara, mientras se ponían al día de los aconteceres de sus vidas. “Emiliano fue músico a la brava porque mamá
no quería y mi papá como le hacía caso a mi mamá se oponía también. Emiliano
empezó a tocar solo y a escondidas. Mi papá siempre tuvo su acordeón y mi mama
cuando vio que Emiliano empezó a tocar, lo echaba en un baúl con llave para que
no lo tocara. No valía nada la música de acordeón en ese tiempo”,
recuerdan.
Pero, Escolástico Romero, padrino de Emilianito, era un músico
arreglador de acordeones, que vivía en el barrio El Cafetal, de Villanueva,
vecino del San Luis, donde habitaban los Zuleta. “Escolástico siempre tenía
acordeones en su casa, propios y de otros; como era el padrino, le alcahueteaba
a Emilianito para que tocara; él se iba para allá o Escolástico le prestaba el
acordeón y se iba para el río con los amigos. Así aprendió, pero mamá y papá no
sabían que ya estaba tocando bien; sí sabían que quería aprender, pero no que
ya sabía”, narran las hermanas y listan a la camada de jóvenes también músicos,
vecinos y amigos del San Luis y el Cafetal: Andrés ‘El Turco’ Gil, Alberto ‘Beto’
Murgas; Rafael, Norberto, Israel, Rosendo, Misael y Limedes Romero (los hijos
de Escolástico), Hugues Cuadrado (hermano de Egidio) y otros más. “Mamá se dio cuenta que había con combo de
muchachones que hacían parranditas en los patios y le dijo a mi papá: Tenemos
que sacar a Emilianito de aquí, mandarlo a Valledupar, que allá no va a tener
con quien seguir las andanzas. Todas las noches se va por ahí con esos muchachos
y cuando vengamos a ver, va a venir siendo músico y eso no lo podemos permitir”.
No muchos días después, se vio a Carmen Díaz con su hijo mayor en
Valledupar, contenta por haberle conseguido una pensión de confianza cerca del
colegio Loperena, donde –según ella- al muchacho se le pasaría el embeleco del
acordeón y se dedicaría a estudiar para que se convirtiera en un teniente de la
Policía. “Ella quería tener un hijo
militar”, cuentan las hermanas Zuleta. Se compró un radiecito para escuchar
Radio Guatapurí en la Sierra (Cerro Pintao, en Villanueva, La Guajira). Por
esos días en la emisora estrenaron el programa Buscando Estrellas, que los
locutores promocionaban en las emisiones cotidianas, diciendo los nombres de
los inscritos. Extraño le resultó a Carmen Díaz escuchar que un tal Emiliano
Zuleta participaría en el programa: “En
el Valle como que hay un Emiliano Zuleta que toca acordeón. No puede ser
Emilianito porque él sabe que va es a estudiar”, le comentó a su esposo,
quien se puso pensativo. Sólo hasta el día del concurso, cuando anunciaron al
ganador de ‘Buscando Estrellas’, Carmen Díaz reaccionó ante lo que venía
escuchando. El locutor leyó el nombre del ganador: “Emiliano Zuleta Díaz, hijo de Emiliano Zuleta Baquero y Carmen Díaz”…
Con ese anuncio se iba la ilusión del hijo militar.
La acongojada madre le imploró al cielo que eso no fuera cierto, que
fuera un mal sueño, responsabilizó a su marido por haberla enamorado y llevado
al altar: “¡Claro!... Por haberme casado
con un músico… Tanto enamorado que yo tuve buenos y haberme tenido que meter de
un músico…”, rabiaba, pero ya nada pudo hacer. Las circunstancias del
romance de su hijo con el acordeón tenía similitudes con el de ella misma y
Emiliano, con el que se salió a vivir en su temprana juventud, contrariando la
voluntad de su madre María Francisca Díaz, de la que
escaparon en Villanueva, trasladándose al El Plan de la Sierra Montaña, en La
Jagua del Pilar, donde fueron acogidos por la mamá de él: Sara María Salas Baquero y donde engendraron y
nació Emilianito, siendo el suyo un amor de veinticinco años, ocho hijos y un
sinnúmero de canciones… “Ya de ahí en adelante no lo detuvo nadie. Mamá
tuvo que aceptarlo”, expresa María Zuleta.
Así, venciendo los vientos en contra y como el cumplimiento de una
predestinación, se consolidó el romance de este hombre con su instrumento y se
convirtieron en complementos el uno del otro, en cóncavo y convexo, en mitades
de un todo. “Ellos (los
padres) viéndome tanto tiempo con eso y viendo que no había solución, me
dejaron. Yo les dije: déjenme que yo voy a estudiar”. Y lo hizo. “Yo me vine al Loperena y aquí hicimos un
conjunto en el centro literario y nadie me pudo quitar eso. Yo fui el mejor
bachiller del Loperena, agrónomo, economista, demostré que sí se puede ser
acordeonero y ser profesional”, afirmó Emilianito.
Ya en la libertad de
los amores públicos, este hombre se entregó a vivir con pasión el romance con
el que describe como Su Todo: “Como una flor de bello jardín/y como los labios de
una mujer/que cuando estoy triste me hace reír/y hasta me siento rejuvenecer/y
es el acordeón, mi razón de ser/ y yo sin él nunca podré vivir”. Sí; como en un matrimonio bendecido, dejó a su
padre, a su madre y todo lo demás para volverse ‘una sola carne’ con su
acordeón: “El solo hecho de haber hecho
la canción tan bonita significa que estoy enamorado del acordeón; componer
tantas canciones, a pesar de haber estudiado dos carreras - soy agrónomo y
economista - dejé todo por el acordeón, quiere decir que lo quiero y que lo amo”,
confesó, con un brillo que cada vez se acentuaba más en su mirada y aseguraba
que “el acordeón es el instrumento más lindo del mundo, es el acordeón, pero
sabiéndolo manejar”.
Así es, cuando Emilianito se siente triste, sólo le basta abrazar a su
acordeón para que aflore la sonrisa en su rostro y un halo de juventud, de
nuevos bríos, habite su ser, ratificando su canto: “Mi acordeón ha sido mi vida/mi acordeón ha sido mi alma/si tú me diste
esta fama/espero que Dios te bendiga”. Sabe que es un amor descomunal, que
puede generar murmuraciones, pero de eso también se ha encargado de hablarle a
su acordeón: “No me importa si me
critican/por quererte de esa manera/si algún día yo tengo una pena/sólo mi
acordeón me la quita”.
Desde sus inicios, a mediados del siglo pasado, estos compañeros
sentimentales empezaron a dar frutos, que están desperdigados por el universo
entero, sin que hayan cesado hasta el día de hoy. “A pesar
de mis años, estoy todavía en la misma tónica”, enfatizó el
hombre al que el amor lo ha hecho elaborar lo más bellas metáforas, símiles,
hipérboles y más figuras literarias. “El acordeón tiene una Sonrisa/y una
elegancia muy especial/Es como una muchacha bonita/de esas que tiene
Valledupar”.
‘Cuando el vallenato tenía poca fama’, se unió a su hermano Tomás Alfonso
– ‘Poncho’, el que nació después de él, conformaron una agrupación musical, grabaron
discos, consolidaron éxitos, cosecharon reconocimientos gigantes en los que se
cuentan discos de oro, de platino, Grammys, y una estela de denominaciones y
homenajes, como el que le hizo a él la compañía productora de acordeones
Hohner, al sacar una edición en su honor y convertirlo en su embajador, o como
el que hoy reciben por parte de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata,
como genios y figuras de la preservación del Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad que hoy es la música que ellos hacen, o como su premio mayor que es
haberse entronizado en el núcleo de las preferencias melómanas de un universo
de gentes que se declaran ‘orgullosamente zuletistas’.
Una agrupación hoy emblemática y prototipo excelso de una estirpe de
músicos, cuyos antecedentes datan de su bisabuelo Job Zuleta, a quien la
historia muestra como referente precursor de la transmisión genética
generacional: a su hijo Cristóbal, a su nieto Emiliano, a su biznieto
Emilianito, quien hoy abandera la misión transmisora de música a sus hijos Emiliano
‘El Viejo’ y José Enrique ‘Coco’, pero también a otros que lo han asumido como lo que es: Un
erudito del acordeón, su amante empedernido, conocedor de sus secretos más
íntimos, de sus reacciones al contacto, al punto de conseguir
que Ovidio Granados, versado reparador de estos instrumentos, el hombre que
sabe con exactitud la posición y el rol de cada pieza de un acordeón, lo
secundara en la idea de cambiarle los tonos a uno para terminar inventando uno
nuevo, que es el popular SiMiLa, con el que fue posible alcanzar tonos más
altos en la vocalización.
Es precisamente ese conocimiento profundo, esa sapiencia, la que ha
llevado a Emilianito Zuleta Díaz a generar tantos comentarios sobre su arte de
saber tocar a ese amor, llamado acordeón. “El acordeón es un instrumento común
y corriente, hasta que cae en las manos de Emiliano Zuleta”, publicó una vez el
médico y poeta Leonardo Maya Amaya, recibiendo asentimiento de muchos que confirman
que hay algo distinto en esas notas. “El acordeón mío suena diferente, suena
como más grueso; eso me decían Colacho y Alejo Duran; decían “Emiliano tiene un
bojote de dedos”, o sea que tenía más dedos que ellos, pero yo tengo cinco
dedos como los demás; hasta me falta uno porque me pegué un tiro y quedé mocho”,
bromeó, mientras mostraba su pulgar izquierdo.
Pero la realidad es
que Emiliano desconoce cuál es el ingrediente diferencial de su nota: “Ni yo
mismo sé por qué, no sé por qué toco acordeón así” y evocó un encuentro en el
que había un instrumento, cinco acordeoneros y espectadores extranjeros: “Un ecuatoriano dijo: Hay un solo acordeón y
si lo tocan todos ustedes ¿por qué le suena diferente a esta señor?”.
Entonces quienes saben de su relación con su instrumento concluyen que son los
efectos del amor que le imprime a sus caricias, a esa compañía de su vida, que
atravesó mares y llegó a alegrarle los días. “Tú llegaste desde muy lejos/traspasaste todos los mares/allá en
Alemania te hicieron/pa’ vení a alegrar en el Valle/Qué sería de todos estos
pueblos y de Colombia en general/qué sería de Valledupar sin este instrumento
tan bello/No me cansaré de cantarte así/no me aburriré de tocarte a ti”.
No se ha cansado,
aunque como en toda relación de pareja, Emilianito ha vivido días buenos de
intensidad en los sentimientos de unión eterna, y días malos, llenos de hastío
en los que ha contemplado la idea de un divorcio. “La música, a pesar de que es el amor mío, también tiene sus cositas,
como lo digo yo en la canción ‘Mi hermano y yo’, que todo no es alegría, la
música no es todo felicidad como la gente cree. La música tiene sus sinsabores,
cositas malas, cositas muy bonitas”, y acto seguido justificó la perdurabilidad
de este matrimonio: “He querido dejarla,
pero la gente no me deja, pero sí he querido. Yo estoy tocado acordeón desde el
año 59 y estamos en el 2016, es muy difícil. Es que vea, todo tiene su fin. Todos los empleos del mundo los
pensionan, se jubilan, los médicos se retiran, los abogados, todo tiene su fin.
Uno puede ser otra cosa. Yo tampoco voy a ser toda la vida Emiliano el que toca
bonito; llegara una época, con los años, que ya no toque nada y tampoco voy a
quedar dando pena como muchos viejos que no tocan un carajo y están y dan es pena”.
Y enfatiza que hay que retirarse con decoro. “Yo porque todavía estoy vigente, tengo fuerza para tocar, pero cuando
vea que ya los dedos no me dan, ¡fuera!”.
No obstante, quienes
conocen su amor entienden que éste será por toda la eternidad, que aunque llegue
el día en que se retire de las presentaciones públicas, Emiliano le cumplirá la
promesa a su acordeón: “Y así viviré con esa ilusión/y así moriré junto a mi
acordeón/No desmayaré nunca en mi intención/siempre trataré de quererte más/eres
orgullo de mi folclor/y como un besito de mi mamá”.
Le queda aún por refrendar
la promesa de levantarle una estatua “allá en la plaza del Cacique Upar/pa’ que
todo aquel que suela pasar/levante la frente y te pueda ver/y un letrero grande
te escribiré/Tú eres la gloria de Valledupar”, pero sí ha cumplido a cabalidad sus
otras mandas: “siempre tratare de quererte más” y “no te olvidaré te lo juro yo/te
veneraré lo mismo que a Dios”. Ese Dios al que le encomienda su relación y en
su plegaria cantada le pide: “Y que dios me dé la
satisfacción de irme contigo hasta la eternidad”…. Amén.
María Ruth Mosquera
@sherowiya
[i]
Canción ‘Mi acordeón, de la autoría de Emiliano Alcides Zuleta Díaz, ganadora
del concurso de Canción Inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, en 1985;
grabada ese mismo año, en su primera versión por los Hermanos Zuleta en el
álbum que bautizaron con el mismo nombre ‘Mi Acordeón’.
Este texto fue publicado por la revista del Festival de la Leyenda vallenata,
La foto fue tomada de Internet
Este texto fue publicado por la revista del Festival de la Leyenda vallenata,
La foto fue tomada de Internet
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