“Que
si el mango está en la plaza igual/que si el maestro Escalona asistió/si bajó
Toño Salas de El Plan/¿qué pasó?/que aquí estoy, pero mi alma está allá”.
No tenía cómo saberlo, porque le tocó quedarse en la fría capital, mientras en
Valledupar todo se movía al compás de acordeones, cajas y guacharacas en las
tarimas; de canciones que se estrenaban; de contiendas de verseadores enfrentados
en piqueria; del disfrute y asombro de visitantes; de parrandas con sancocho de
rabo en los patios tradicionales.
Esa tarde de 1977. El muchacho pudo experimentar la angustia
provocada por la inmodificable verdad de tener que vivir de lejos es Festival
Vallenato. No quería ver ni hablar con nadie; sólo se encerró y, en la
soledad de su habitación, dejó fluir toda la tristeza que se había apoderado de
él. “Encerrado, temblando escribí una
letra/que detalla mi tristeza/mi ausencia sentimental”.
Aquella letra fue la
radiografía de un estudiante paralizado en el umbral del desasosiego profundo,
la lejanía glacial, el dolor de la ausencia. Había hecho una travesía desde su
Guajira intrépida y se había encontrado con la fría Bogotá, una ciudad con
menos color que la suya, una ciudad gris, a la que se tendría que acostumbrarse
mientras andaba el sendero, al final del cual lo esperaba un título de abogado.
Lo acorralaron los
últimos días de abril con un paro universitario que lo mantenía en estado de
improductividad; eso lo hacía extrañar más lo suyo, pero estaba allá, a muchos
kilómetros del epicentro de sus anhelos, de la ciudad en la que apenas
comenzaba el Festival Vallenato. Sus condiciones económicas no le permitían
contemplar la opción de viajar mientras se levantaba el paro, porque sus padres
a duras penas tenían medios para costearle los gastos de estudio.
“El recuerdo de los acordeones en la Plaza Alfonso López, estando yo en
Bogotá, sin poder venirme, se convirtió en un martirio. Era una tortura”,
recuerda Rafael Manjarrez Mendoza, quien varios años después de esa tarde,
vertió su pena en un papel, cuyo contenido es la síntesis de su añoranza por
una región que respira a través del fuelle de un acordeón y que habla mediante
cantos inspirados en vivencias, sentires y paisajes.
Es una canción con
sabor a fiesta de pueblo, a nostalgia, a encuentro con los amigos, al balneario
Hurtado; con sabor a abril, aspectos estos que la hicieron incrustarse en el
corazón del pueblo, como una de las más queridas canciones inéditas que han
pasado por el certamen.
La
lejanía hacia a Rafa exiliarse incluso de las noticias que llegaban por las
emisoras. “La vivencia era algo muy personal. Era lo que yo
sentía. Había el plan de venirnos y con mi fama de folclorista y de apego a la
parte musical, se suponía que yo era uno de los primeros ‘chicharrones del
caldero’ para viajar”, pero esa vez no le alcanzó el anhelo para unirse a los
viajeros provincianos que vinieron a la fiesta y le tocó quedarse.
“Lo que dice la letra
de la canción es que yo me negaba, para no tener que decirle a mis compañeros
que no vendría porque no tenía los permisos ni el medio para venir”, explica el
compositor. En la soledad de su habitación, empezó a imaginarse qué encargos
les haría a los que sí podían viajar: “Que
me traigan razones/le pedí a venir a mis compañeros/las anécdotas y los cuentos
buenos/que son costumbres de allá… Pa' saber si este año también fue lo
mismo/si asistieron los guajiros en nombre de mi región/si invito al doctor
López doña Consuelo/y qué agrupaciones fueron/qué caseta fue mejor”.
A
medida que transcurrían esos días, enguayabado en su encierro capitalino,
llegaban a su mente las imágenes y sonidos de la tierra de Castro Monsalvo, al
tiempo que se aplicaba paliativos para mitigar su pena, convenciéndose de que
viajaría en las siguientes vacaciones. “Creo escuchar en el aire un paseo bien
tocado/deliro esperando que alguien me llame del Valle/retrato al mono fragoso
versiando con alguien/cuanto se añora la tierra de Castro Monsalvo”.
Muchos años después, Rafa hizo un viaje de regreso a esas
vivencias y las plasmó en la canción Ausencia Sentimental. Cuando nació la
obra, ya el compositor había participado dos veces en el certamen; “en una de
ellas, por estar tomando, se me olvidó la canción, me monté en la tarima y se
me olvidó la letra; entonces hice un receso”.
Su compadre Jorge
Castro Pacheco lo recriminaba por no participar. “Amigos de la universidad,
esta vez en Barranquilla, entre ellos Hugo Aroca Mindiola y José Molina “me
desafiaban: Ajá y qué… ¿Por qué no te le mides a esa vaina o a quién le tienes
miedo?… y eso me motivó a presentar la canción”.
Era el Festival de
1986. Los compositores adoptaban un pseudónimo para concursar y ahí estaba ‘Uno
de tantos’ con su canción ‘Ausencia Sentimental’, la obra de añoranzas que le
llegó al alma a todo el que tuvo la oportunidad de escucharla, que arrugó
corazones e hizo experimentar esa rara sensación de haber vivido eso que la
letra decía. Nadie dudó ese año que esa
sería la canción ganadora, como en efecto lo fue.
Han pasado treinta
años y hoy Ausencia Sentimental es la identidad sonora de la más grande fiesta
que tiene el folclor vallenato, es la canción que le impregna a la brisa ese
‘algo’ que contagia y provoca las ganas de estar ahí. El éxito es tal, que en
los años siguientes se hablaba de esta obra como la reina de las inéditas, lo
cual fue corroborado en el año 2010, cuando la junta directiva de la Fundación
Festival de la Leyenda Vallenata, por unanimidad y considerando que era “la canción que reunía todas las
condiciones para consolidarse como el himno del magno evento”, la
declaró como Himno del Festival, de
modo que es incluida de manera solemne e interpretada con reverencia en los
actos protocolarios.
“La
verdad, no me esperaba que la canción llegara a donde ha llegado.
Soy un convencido de que Dios me ha mirado con buena mano, con buen vaticinio,
como un hijo verdadero de él, porque es una gran bendición que en medio de
tantos compositores, con tanto talento, haya logrado mi obra trascender hasta
ese punto. Para mí es un verdadero honor que recibo, por demás, con humildad”.
Ahora, cada mes de
abril, año tras año, Rafael Manjarrez suspende sus actividades de rutina y
viaja a Valledupar para cumplir su anuncio cantado: “Pero yo vuelvo al Valle/voy a Hurtado y me encuentro con todos/y voy a
jardines de Ecce Homo/quiero a Héctor visitar”.
María
Ruth Mosquera
@Sherowiya
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son libres y se asume que respetuosos, en consideración del respeto que merecen todos los seres humanos.