Por más que lo intenté, acudiendo a aquel material de que estamos hechos los periodistas, de mantenerme fuerte ante las noticias tan lúgubres que se generan por estos días en el país no lo logré y hoy les confieso que en varias oportunidades me he derrumbado viendo cómo personas comunes y corrientes, como yo, en un santiamén entran en la lista de los ‘damnificados por el invierno’.
Esa una expresión tan general, tan global ante las individualidades de los seres humanos que hoy aguantan hambre, frío y el dolor por los ausentes…
Lo material se recupera –me dirán- pero es que es muy triste, duele verlos así, sin una muda para cambiarse la ropa empapada de lodo, sin una certeza de alimentos sobre todo para los niños, sin una cama para exorcizar el frío, sin un ‘bien en la alacena’ que pueda solucionar un “mami tengo hambre y me quiero ir para mi casa”. ¿Cuál casa?, si muchas están bajo el agua y otras bajo tierra...
¿Y qué decir de los que ya se llevó esta tragedia, sin antecedentes e impredecible, a cuyas familias les toca vivir un duelo de llanto y rezos silenciosos, sin velas ni visitas al cementerio…?
Es que ha habido inundaciones en lugares inverosímiles. Este fenómeno se ha manifestado en extremo despiadado: casi 200 muertos, más de 240 heridos y desaparecidos ¿cuántos?; los afectados superaron el millón y medio de personas y ya son 270 mil viviendas afectadas, el 80 por ciento del territorio colombiano está anegado, en los primeros cuatro días de diciembre llovió el equivalente a todo el mes, en algunos lugares las lluvias se han incrementado en un quinientos por ciento...
¿Qué hacemos en este estado de excepción, de conmoción y luto… con nuestro país convertido en zona de desastre?
Hasta he tenido la osadía de preguntarle a Dios por qué permite estas cosas… ¿es que acaso no está viendo lo que pasa? Me he preguntado también cómo ayudar, si mis bienes materiales son tan limitados…
El domingo fue día de sol en Valledupar, me alistaba para irme al Parque de la Leyenda a celebrar el Cumpleaños del Señor Jesucristo. A él le haría muchas preguntas, pues en mi concepto ese, el domingo, ha sido el más trágico de todos los días de esta tragedia. Me vestí, con mi corazón en pedacitos, mientras desde el computador Tostao, Goyo y Slow me decían que “la cosa no es fácil, pero siempre igual sobrevivimos”, mientras el barrio La Gabriela, en Bello-Antioquia, era borrado del mapa y un grupo de rescatistas intentaba ‘redimir’ los cuerpos de dos de sus colegas en Risaralda que murieron intentando evitar que otros lo hicieran…
Fue una tarde-noche emotiva. Las danzas fueron espectaculares, pulcras; lo mismo estaban los jóvenes del grupo ‘Conet-Sión’ y todos los que participaron en la obra de teatro que escenificó la historia de un Niño que nació en un pesebre en el que sólo había paja, una mula y un buey.
Ahora, analizándolo bien, sé que lo del domingo estaba predestinado: yo tenía que ir a ese lugar. La conferencista, Ladimar Silva, me hizo reflexionar acerca de tantas cotidianidades: suicidios motivados por bajas notas escolares, peleas juveniles filmadas y difundidas a través de las redes sociales, hijos que abandonan el hogar… “Un sabio decía que el hogar se ha convertido en el lugar más peligroso sobre la tierra… Increíble”, expresaba la conferencista…
En ese momento, después de mucho tiempo con mi mente acaparada por el fenómeno de la niña (¿quién le pondría ese nombre a algo tan poco infantil?), pensé en otras tragedias, distintas a la del invierno.
Ella dijo: es necesario dejarnos tocar por el amor de ese Niño que nació en el pesebre y que 33 años después murió, con los brazos abiertos, pidiendo perdón por sus asesinos… “Permítele al que nació en el pesebre que nazca en tu corazón”, decía ella… Experimenté una sensación de paz y compromiso.
Y luego la vi llorar, hablando de los miles de damnificados por las fuertes lluvias, entendí entonces esa rara sensación, como cuando te dan ganas de llorar por alguien que no es nada tuyo, como un duelo sin que se haya muerto ningún conocido… y lloré otra vez.
Fue ‘nutritivo’ ver cómo más de quince mil personas ‘encendieron una luz’ por los damnificados, por que cesen las lluvias, porque éstas se trasladen a Israel y apaguen el incendio catastrófico, porque a pesar de todas las tragedias, en esta Navidad las personas experimenten el amor de Dios en sus corazones.
Fue en ese instante en el que ratifiqué que no tengo un bien material para ayudar, pero sí tengo algo que puede ser muy útil: la oración; pedirle a ese Niño del Pesebre, el que cumple años, el que nace todos los días en un corazón nuevo y en el mío propio, que haga cesar la horrible noche, que detenga la lluvia, pues él es el único que puede hacerlo, para que así, todas las toneladas de ayuda que han dado tantas personas solidarias se conjuguen con el efecto de las oraciones de todos y los vacíos en los corazones llenos por el amor del ‘Niño del Pesebre’...
Esta es mi invitación:
“Enciende una luz y déjala brillar, la luz de Jesús que brille en todo lugar. No la puedes esconder, no te puedes callar, ante tal necesidad, enciende una luz en la oscuridad”. (Marcos Witt).
Prueba
ResponderEliminarSuper buenisimo como todo lo que haces y la fotografia es muy diciente.
ResponderEliminarExcelente articulo, Colombia necesita personas como tu, que ayuden a sencibilizar el corazón de muchas personas ante la adversidad de otros muchos. Dios te bendiga y al igual que tú también aportaré muchas oraciones por estas personas. Solo Dios puede restaurar las ruinas causadas por la naturaleza, pues él es mayor que ellas.
ResponderEliminarYo tambien encenderé una luz.
ResponderEliminarhola mary al igual me toco mucho ese magno evento el Cumpleaños del Señor Jesus pero tu reflexion de verdad me quebrantaron ajola cada dia podamos encender una luz en nuestro corazon levantar una oracion por nuestro pais.
ResponderEliminarDios te bendiga. Tqm