Si tuviera que delimitar una zona geográfica para él, hasta
el más aventajado investigador estaria en apuros, por cuanto sería absurdo
circunscribirlo a un territorio. Sus genes, sus vivencias de
infantoadolescencia y su apego espiritual están sembrados en La Guajira, sobre
un área que tiene como eje de rotación a San Juan del Cesar con todos los
pueblos cercanos; sus evocaciones juveniles y de colegio lo llevan a barrios
como Cañaguate, Obrero, Alfonso López, San Joaquin, La Granja y Loperena, en
Valledupar; sus experiencias universitarias, así como memorias de alegrías y tristezas
perviven en Argentina; el escenario actual de sus días se erige en Puerto
Colombia, Atlántico, pero la onda expansiva de su poesía ha sacudido corazones
en el planeta entero; como su quehacer, que ha repercutido en toda la
humanidad.
Por eso quienes se acercan a Adrián Pablo Villamizar Zapata
notan de inmediato que que a él no puede asírsele sólo desde algo tan material
como un espacio geográfico, ya que sus delimitaciones se encuentran en estadios
de lo intangible, por tratarse de un ser que es espíritu y alma, de esos que no
se tocan con las manos sino con el corazón; de los que al conocerlos ofrecen la
posibilidad de acceso a un universo de amor exacerbado, sensible y humano; un
amor en su esencia más básica y elemental.