Cuando yo era niña escuchaba
mucho la historia cantada de un hombre que transitaba senderos abruptos y se
tropezaba con un ángel; caminaba sobre sus pasos enfrentando sus fracasos y más
tarde se cobijaba con unos brazos de desprecios y deseos. Por más que mi
imaginación infantil intentaba pintar ese paisaje, no lo lograba; mis
pensamientos no podían darle forma a esos relatos. Más tarde, a mis oídos llegó
la historia de otro hombre que era la añoranza de un verso y que terminaba
condenado por las gotas de llanto de una mujer… ¿Cómo es eso? Era la pregunta
que siempre surgía ante las limitaciones de mi imaginación para dibujar las
imágenes.
Al cabo de muchas lunas, fui
encontrándome con realidades históricas de despojos indígenas, de desiertos que
se tragan la vegetación, de seres buenos y malos, de lágrimas derramadas por
desamor y también por amor… Y entendí, y dibujé y lloré y reí con todas esas
historias cantadas que escuchaba. Imaginaba cerros lejanos y personajes
irreales, inventados por la genialidad de los creadores de las historias que yo
comparaba más con un relato mitológico que con cotidianidades de gentes de
carne y hueso.
Y llegué aquí. Y me encontré
de frente con esos cerros que se cubren de nubes en tiempos de lluvia, con esos
compai chipucos, esas mujeres copeyanas, con lunas que llevan recados, con
casitas de bahareque… Y me atrapó la magia de este lugar, pero más me embelesó
la genialidad de los creadores de esos relatos. Tienen dones especiales otorgados
por Dios, que les permite una forma distinta de ver y sentir la vida, de
expresar sentimientos, de convocar al amor… Y tuve noticias de Don Toba, de
Máximo Movil; conocí a Leandro Díaz, a Escalona, a Hernando Marín, a José
Hernández; pude hablar con Roberto Calderón, Curry Carrascal, Jacinto Leonardy
Vega… Y tuve el privilegio único de abrazar y me otorgó Dios la bendición de
ser amiga de Santander Durán, Rosendo Romero, Adrián Villamizar, Marciano
Martínez, Sergio Moya Molina, Iván Ovalle, Gustavo Gutiérrez, Chiche Maestre,
Fabián Corrales, Robinson Montaño, Erique Ariza….
En este punto me detengo a
revisar mi vida, lo que nutrió mi capital simbólico, lo que me llevó a ser lo
que soy, a enamorarme de este país vallenato, a querer establecer mi nicho en
el corazón de esta cultura, de estas tradiciones, de estos modos de vida, y
concluyo que han sido ustedes compositores, patrimonio de mi esencia, cuya
savia bebo todos los días cuando veo que “está lloviendo en la Nevada” y luego
veo el río crecido; cuando escucho los gatos que se suben a los tejados, cuando
veo las letras del Cerro Pintao, el Jaguar del Cerro Murillo o me embeleso con
el sol de los venados, el mismo de mi infancia; cuando encuentro hombres tan
puros como el manto azul del cielo, pero de sangre ardiente como los rayos del
sol; con otros que tienen la capacidad sobrenatural de escribir versos repletos
de verano, estando en primavera; con hombres que trabajaban untados de cariño… Y
he disfrutado de un acordeón en plena madrugada.
Sí, compositores, a ustedes los llevo en mí, en lo que
soy, en lo que respiro y lo que amo. Son mi esencia porque yo soy música y soy
amor.
Hermoso texto Mary, me hace sentir muy orgullosa de eso que hace parte de nuestra cotidianidad y que no percibimos hasta que alguien las nombra y las vuelve carne. Gracias por el amor y la pasión que construye cultura, vida y magia.
ResponderEliminarAnn