Pronuncia la frase con un acento de nostalgia que se mantiene
presente en él durante toda esa mañana de
marzo, en la que una romería de recuerdos, tristes y alegres, llegan a visitarlo
en el patio de su casa en el barrio Las Gaviotas de Valledupar.
Tiene razones para estar confinado: Ya las parrandas
inolvidables se fueron, como también lo hizo el sosiego en las calles por las
que podía andar sin inquietudes distintas a las producidas por el nerviosismo
de ser bien recibido al llevar una serenata. “Me da temor. Yo leo todos los
días en la presa que ahora asaltan y lo hacen es disparando, entonces me da
como miedo salir a la calle”, dice Gustavo Gutiérrez Cabello, el hombre viajero
de sus cantos, que ahora los lleva por diversos rincones del mundo, convirtiéndose
esas giras en oportunidades de esparcimiento: “Los fines de semana como viajo
por distintas partes del país a cantar, me distraigo bastante, los viernes y
los sábados; llego los domingos y me quedo toda la semana aquí encerrado”, y
cuenta que decidió clausurar la entrada principal de su casa y reforzar la
seguridad en la puerta del balcón, después de ser víctima de atracos, que le
ratificaron la materialización de sus temores de antaño, cuando elevó para que
la violencia no llegara al Valle.
Es una mañana de sol, aunque sin los paisajes que describió
en uno de sus versos y que marcaron el sendero de sus cantos; no tiene aroma de
flores mojadas, ni hay lluvia regando las flores; no está Escalona, ni Colacho,
miembros de su cofradía parrandera que completaban Darío y ‘El Turco’ Pavajeau;
como tampoco está el Trío Malanga con el que se adentraba en un universo de boleros,
rancheras, bambucos y otros géneros musicales distintos al vallenato… “Todo se
va acabando”, concluye, con ese mismo tono en su voz.
El escenario de sus reminiscencias es una terraza interna de
su casa, donde perviven - colgados en una pared - un acordeón piano y tres
guitarras que cumplen la función de mantener frescas las huellas del ayer en el
entorno presente de este ‘poeta de la añoranza’. “Hace como un año colgué el
acordeón ahí, pero ya tenía quince años sin tocarlo… y le puse tres guitarras a
los lados”, para rememorar los dos tipos de parrandas que protagonizada con sus
amigos. Hay también, en una esquina, un baúl ‘repleto de inspiración’ del
compositor, una hamaca indígena, mesas, sillas, artesanías de la región y dos
abanicos, que a esa hora resultan insuficientes para atemperar la ‘furia’ de la
temperatura. “Estoy pensando poner otro abanico… dónde quedará mejor, en esa esquina
o aquí”, pregunta. En ese momento se hace presente Yennis Armenta, su novia
desde hace medio siglo, su esposa desde hace diez años, su compañera de días y
noches, la madre de dos de sus hijos (Evaristo y Enrique), y tertulia vira
hacia las páginas de una época conquista, de romance y serenatas.
- “Cuenta”, dice él
-“Cuenta tú”, responde
ella y argumenta que “como tú eres poeta de pronto le das un aire distinto a la
historia”
Entonces Gustavo esgrime una explicación contra la que Yennis
no puede debatir. “Yo ya estoy perdiendo la memoria, ¿cierto Yennis? Yo me
preocupo y me dicen los médicos: Si eso es propio de la edad, y me dicen
colegas míos de 50 y 45 años que a ellos les pasa lo mismo”.
Entonces ella empieza un viaje en el tiempo y se sitúa en el
año 1988, cuando recién terminaba su carrera de comunicación social y él estaba
convertido en el compositor de moda. “Yo siempre he pensado que cuando uno es
muy sensible, idealiza mucho la música y uno escucha las canciones de Gustavo y
se enamora de ellas y comienza uno a preguntarse: ¿Cómo es esa persona?, ¿Por
qué compone de esa manera?, Era lo que me pasaba a mí…”.
-“Y le tendiste una
trampa al pobre hijo de Teoti”, interrumpe él entre carcajadas.
- “¿Cual trampa te
tendí?... Hasta ahora me entero que te tendí una trampa”, reclama ella
entre risas
- ¿Cuál fue la trampa?:
Que me mirabas con coquetería”, responde él entre risas y miradas que
hablan de seducción mutua, de noviazgo vigente, de un amor que se ha mantenido
fresco por más de nueve mil días.
Su encuentro tuvo lugar en la época en que en las estaciones
radiales sonaban una y otra vez ‘Calma mi melancolía’, ‘Lloraré’, ‘Así fue mi
querer’, ‘Sin medir distancias’, ‘Camino largo’, ‘Amores que van y vienen’… “Yo
acababa de salir de la universidad y empecé a trabajar en el Diario del Caribe,
como periodista, y –claro-¿cómo no iba a entrevistar a Gustavo Gutiérrez…?”.
-“Y cuando viste la
melancolía de mis ojos, te derretiste como mantequilla en bollo caliente”,
interrumpió de nuevo él sin dejar se reírse y mirar coquetamente a su esposa.
En un relato compartido, con chanzas y risas, contaron acerca
de salidas casi diarias en un combo de colegas periodistas, del que estaban
nombres como Ludys, Clara Inés, Galo y
Rafa. “Salíamos a comer arepa y caribañolas”, recuerda Gustavo, quien terminó
convertido en un periodista más. Y la química hizo lo suyo en esta pareja.
Yennis no podía resistirse ante el romanticismo del poeta y él… “Yo veía a
Yennis parecía una muñeca”. Se inspiró entonces y le cantó en serenata.
“Yo
tengo un motivo para estar contento/yo tengo un motivo, te conocí/nada de
tinieblas luz en mi camino/soy un hombre nuevo que canta aquí/Siempre te
busque, sueño de mujer hecho realidad/qué fascinación tu boca besar ya no hay
soledad…”.
Y todo el mundo se enteró que Gustavo
Gutiérrez, ‘El Flaco de Oro’ tenía amores nuevos, se le notaba en la sonrisa,
en sus sentimientos florecientes por el amor encontrado: “Siempre te busqué sueño de mujer, hecho realidad/qué fascinación tu
boca besar/ ya no hay soledad”… ‘Quemó su barco en el que navegaba por los
océanos del amor’ y dejó que su corazón hallara sosiego en la mujer, con la
formalizó su unión dos años después y pasados otros trece (veinte de octubre de
2004) la llevó al altar de la Iglesia Catedral del Rosario para jurarle amor
para siempre, frente al padre Enrique Iceda, familiares y amigos cercanos que
escucharon el Sí de ambos.
El suyo es un hogar sólido, tranquilo, que le ha permitido al
poeta gozar de días de calma. Su casa es su remanso. Ahí se deleita con
boleros, música instrumental con violines y zambas de Mercedes Sosa o Atahualpa
Yupanqui; ahí escapa a las dinámicas violentas del mundo actual, fiel a su
condición de hombre de paz que “nunca he ofendido a nadie en la vida, he sido
un hombre bueno y sencillo, soy un hombre sincero…”, que nunca ha peleado con nadie.
Ahí practica deportes, ve películas de terror y disfruta de una de sus grandes
aficiones: El fútbol, responsable de que su celular permanezca apagado en las
tardes de martes, miércoles, jueves y sábado, cuando transmiten los partidos de
la Champions League y de la
Liga Europea.
Y en las noches se dedica a ver películas de terror, para lo
cual ha encontrado la complicidad de sus hijos. “A Yennis no le gusta porque
hay mucha sangre y vuelan cabezas” cuenta Gustavo, y añade que también le gusta
el cine mexicano antiguo, del que protagonizaba Jorge Negrete y Jorge Infante,
“porque ese era el cine que yo veía cuando estaba joven en el teatro Cesar de
Guillermo Baute, cerca a la plaza; daban películas como ‘Jalisco no te rajes’,
‘Allá en el rancho grande’, esas me traen recuerdos de mi infancia”… “Se las ha
visto como cuarenta veces”, dice Yennis.
La mañana está bien avanzada, se acerca la hora del almuerzo
y entonces la gastronomía de la casa entra a escena y regresan las bromas y
risas de la pareja.
-“A ver… La clienta que hable… Me tiene a dieta”. Es una
dieta normal, poca grasa, poca azúcar. El desayuno fue arepita asada con
mantequilla, café de leche y jugo de papaya con limón, el preferido del poeta.
A la hora del almuerzo come un poco más: Arroz, carne, pollo o pescado, grano (frijol
o lenteja), ensalada y plátano asado. La cena es un café de leche con bollo,
arepa o galletas. No come entre comidas, pese a que su figura la da permiso
para consumir todo lo que quiera, “y no aumento ni una libra”; no obstante, le
prefiere cuidar su salud.
Así es la cotidianidad de este poeta, entre su morada y los
escenarios del mundo, entre aplausos y los pechiches hogareños, entre añoranzas
por los tiempos idos y tristezas por las realidades del mundo actual. En
ocasiones se le va el sueño en la madrugada, entonces –dueño de su tiempo- se
levanta, se ducha, trota un rato y se acuesta en su hamaca del patio; ahí
permanece hasta que llega la luz del día, le muestra la sonrisa de amor de los
suyos y le devuelve la calma.
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