La tristeza
se fue. Los amplios trazos de melancolía que se anunciaban perpetuos en sus
cantos ya no están. Uno a uno los fue dejando a un ladito del camino largo, y
muchas veces agreste, que le ha tocado trasegar, en cuyo final ha encontrado
días serenos y placenteros.
“Soy un ser
simple, elemental, primario”. Así se describe Gustavo Gutiérrez Cabello, un
poeta excelso que con sus cantos traduce en palabras la inmensidad del paisaje
que vio desde su niñez y que marcó el sendero de sus creaciones, de lo que él
es.
“Y desde entonces yo soy romántico y soñador
porque no puedo cambiar la fuerza de mi expresión”, dijo en una tarde de sol.
No podía
cambiar porque de eso está hecho: De romance, sentimientos y nostalgias, de
añoranza, de poesía… No podía separarse de las cosas más hermosas, de las más
ligadas a su vida.
Por eso,
durante muchos años cantó con su alma afligida y fue identificado como “Gustavo Gutiérrez, el que canta muy triste
en el Valle, el del cantar herido”.
Era un dolor
de ausencia, pero no de desamor, más bien por los tiempos idos, el entorno de
la plaza (Alfonso López) en la que nació; por los aguaceros en los senderos
hacia la finca, las callecitas del Cañaguate, los caminitos solitarios que hoy
quedan en el olvido y en sus recuerdos.
“Yo le canto
al pasado, al hecho vivido; ¿por qué? porque fue hermoso. Si en mi pasado
hubieran habido nubarrones, si hubiera estado preso o perseguido, o si hubiera
tenido rencores, tal vez mi inspiración sería mi presente, pero el pasado mío
fue dichoso y tuve una juventud muy fascinante”, asegura este ‘Poeta de la Añoranza’.
Con ese leitmotiv: Lluvia, montañas, arroyitos,
caminos de infancia, paisajes de sol… construyó su ‘universo lírico’ con el que
hoy se identifican todos los románticos del mundo, los mismos que
experimentaron, como él, esa “sed infinita que crece entre suspiro y suspiro”.
Regaló sus canciones
En medio de
esa “angustia existencial”, como él denomina su ‘añoranza eterna’, hubo
momentos de renuncia al dolor y de análisis.
“Largo
tiempo pasé en la vida luchando solo con mis pesares, quiso el mundo que al fin
venciera un hombre fuerte sus soledades…” Y entonces regaló sus canciones, “…todas ellas por montones, ¿quién las
quiere?, las regalo, hay momentos en que duelen sus verdades, sus tristezas del
pasado”.
E hizo
silencio: “Ya no tengo qué decir, mi
palabra se cansó; sobras las explicaciones cuando tristemente todo se acabó... Si
ayer canté mañana también lo haré; no habrá resentimientos, no importa que ande
herido”.
Y así fue,
volvió a cantar, aunque sin poder escaparse del motivo recurrente de sus
cantos.
No más penas
Muchos años
pasaron para que Gustavo Gutiérrez decidiera dejar atrás sus ‘heridas’ y
renunciara a incluirlas en sus cantos, aunque éstos, sus cantos, también han
llegado a su final.
Don Evaristo Gutiérrez, su padre, fue el
espejo en el que se miró para dar el paso trascendental.
La casa de la familia Gutiérrez
era el punto de partida del pilón de los carnavales de Valledupar y don
Evaristo era protagonista central, pero el tiempo pasó y con él los bríos del hombre,
que al llegar a los 68 años fue asaltado por una tristeza similar a la que
muchos años después tomó forma en los cantos de su hijo.
Cuando se
acercaba la temporada de carnavales, don Evaristo se internaba en su finca;
hasta allá lo iban a buscar sus amigos, que lo extrañaban en las actividades
carnestoléndicas, “hasta que la gente se aburrió y no lo buscaron más”,
recuerda su hijo.
“Y mi papá
comenzó a tomar trago casi todos los días. Yo le preguntaba y él me decía:
porque este es el último año de mi vida, ya yo me voy a morir. Tenía 70 años y
murió de 85… perdió 15 años de su vida”.
Hace unos
ocho años, Gustavo Gutiérrez fue asaltado por la misma tristeza; hubo días muy
melancólicos en los que pensaba en la muerte… “pero entonces me acordé de mi
papá y dije: Qué tal que yo me ponga a pensar de la muerte y vaya a morir de
100 años”, reaccionó.
Esas son las
heridas que ha ido dejando a un ladito del camino “porque últimamente yo tuve
un ejemplo de mi padre, ya no pienso en la muerte, ya no quiero más heridas”.
Ahí han
quedado también sus canciones porque “me retiré ya de la composición”.
Es cierto, a
finales del siglo pasado, en 1999, le dio a su inspiración el último chance de
brotar libre con la receptividad del poeta para transcribir lo que el corazón
le dictó y desde entonces cerró con candado la idea de hacer nuevos versos. “Todo en la vida tiene su principio y su
final; uno debe retirarse en plena gloria y en plena juventud musical porque ya
con los años la inspiración no es igual. Esas idas a Patillal con Freddy
Molina, la bohemia; todo eso ensalzaba el sentimiento y hacía que uno
compusiera. Ya una vida aletargada, tranquila sedentaria y feliz, como que no”.
Concluye entonces que entre más agitada es la vida, entre más intensa sea la
tristeza, entre más reminiscencias hay, más grande es la inspiración”.
a un ladito del camino”.
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