El tratadista del alma



“Yo hice una frase que conmovió a la humanidad ‘Cuando Matilde Camina hasta sonríe al sabana’ y muchos creyeron que era verdad, que la sabana sonreía y se fueron hasta allá para ver. Cada vez que yo iba encontraba un carro parqueado allá, visitando a Matilde”:
Leandro Díaz.


Que los poetas contemporáneos se desborden en adjetivos hacia Leandro Díaz no es producto de galantería sino la exteriorización de la gratitud que guardan en sus seres conscientes, debido a la grande influencia que de él hay en ellos, por haber sido un referente en el que todos se apoyaron para robustecer sus creaciones líricas.
“Es el genio más grande que tiene el vallenato”, dice Sergio Moya Molina, mientras Beto Murgas lo secunda expresando: “Como dijo alguien una vez, él es el Homero del vallenato”. Seguidamente Julio Oñate Martínez acota “para mí es uno de los casos muy específicos del vallenato, el compositor que antes de cantar, piensa”. Rosendo Romero toma la palabra para decir que “Leandro Díaz es el mejor tratadista del alma en la composición vallenata”.

Es una tertulia de compositores, cuyo tópico es Leandro Díaz. El fin es desentrañar las raíces de esa sapiencia para encerrar tanta significación en un verso, para ‘ver’ todo y explicarlo de una forma tan nítida, siendo ciego.
“Precisamente por su condición de ser invidente, él tiene que remitirse más a los fulgores del alma que al mundo al cual los demás compositores no expresamos; él siempre canta desde el alma. Nosotros cantamos con el alma, pero a partir de los estímulos, de lo que vemos, de las impresiones que nos da la vida. Leandro tiene que cantar es con toda la información que tiene en el alma”.
Rosendo sustenta su explicación con la canción ‘Dos papeles’ como ejemplo para mostrar la exposición que hizo Leandro del bien y el mal, a partir  de lo que él estaba viviendo en ese momento, concluyendo que el bien y el mal tienen su compensación, basada en la vanidad y en las cosas superfluas del ser humano.

“Dos papeles tiene la vida
uno blanco, limpio, sincero
otro con un mil de colores
al blanco lo manchan de negro
como bueno cree en la mentira
y de ese modo engañan al hombre
al bueno lo premian con cobre
al malo con mil maravillas.
Pero Dios no admite rencores
djo tu no puedes ser malo
si tú tienes el alma buena
no podrás mirar los colores
pasarás la vida cantando
para soportar tu ceguera
y me dio valor como un hombre
para soportar mi condena“.

Este análisis pone sobre la mesa un interrogante: ¿Ser invidente ha sido ‘bueno o malo’ para el poeta sandiegano?, pues según la lógica, sería una desventaja frente a los demás compositores, pero resulta ser, en definitiva, su mejor arma.
“Esa es la única ventaja que nos lleva Leandro a nosotros, poderse concentrar para hacer sus canciones; nuestras ventajas son que conocemos y él las adivina”, expresa Julio Oñate.
“Es uno de los aspectos muy importantes de Leandro Díaz que muy pocas veces se ha analizado, que es un hombre que parte de la esencia”, recalca Rosendo.
“Las imágenes visuales no las puede ejercitar, entonces lo que hace es ensimismarse y lo más cerca que tiene es la misma naturaleza”, acota Beto Murgas y replica Rosendo que “lo sorprendente de él es precisamente esa conexión con la vida que tú ves y que él no puede ver”.
Y es aquí donde ‘hace su aparición’ la frase de Leandro Díaz que hace más de cuarenta años replanteó todo lo que hasta entonces se había hecho en materia de composición vallenata. “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”.  
Es una metáfora, pero es también una personificación, porque, como concluyen los compositores, las sabanas no sonríen, lo hacen las personas; es sólo que Leandro Díaz utiliza esta figura para engrandecer la belleza de Matildelina.

“Un medio día que estuve pensando
en la mujer que me hacia soñar
las aguas claras del río Tocaimo
me dieron fuerzas para cantar
llego de pronto a mi pensamiento
esa bella melodía y como nada tenia
la aproveche en el momento”.

Esas creaciones magníficas son el resultado de la concentración, de tener todo el tiempo para pensar, puesto que la única actividad de Díaz es pensar, hacer canciones, filosofar, idear en su mundo fantástico.
“La mayoría de los otros compositores tienen otras actividades que conjugan, pero él siempre ha estado en eso y los sorprendente es esa sensibilidad que tiene él no solamente en el tacto, el olfato sino para captar el mundo que lo rodea y describirlo en una forma precisa, espléndida que muchas veces lo hace mejor que una persona que ve”, dice Julio.
En la época en que Leandro Díaz apareció en ‘escena’, estaban en el ‘centro del campo’ compositores como Tobías Enrique Pumarejo y Rafael Escalona, y ‘en las esquinas’ otros como Armando zabaleta, pero al escuchar las canciones de Leandro todos se dieron cuenta que eran distintas, que estaban cargadas de filosofía; mientras los otros eran más concretos al decir las cosas, él las pensaba y la decía a su manera.
Explica Julio Oñate que los otros hacían canciones en el formato de las cuatro palabras, pero Leandro escuchaba rancheras y tangos, que para la época eran composiciones que hacían gentes no tan iletradas como los primeros campesinos de esta región; “entonces él comenzó a manejar los versos de arte mayor, con mayor número de sílabas, el verso octosílabo de nosotros, inclusive las cuartetas, en muy pocas canciones las utiliza. Tú te pones e analizar las canciones de Leandro y allí encuentras versos compuestos, versos alejandrinos, versos de arte mayor”, precisa Oñate.
“Y es multitemático”, además, añadió Beto Murgas, haciendo referencia a que “estamos frente a un compositor pintoresco, mamador de gallo, filósofo… “Yo creo que Leandro Díaz es la síntesis de muchos compositores”.

‘Terriblemente’ sencillo
En medio de la conversación de poetas, Rosendo hace referencia a otra cualidad de Leandro Díaz: “Lo más asombroso de Leandro, además de su sabiduría, su invidencia, su poesía, su capacidad melódica, es esa terrible sencillez que lo ha acompañado siempre, esa manera tan simple, tan sencilla de ser un hombre campesino, de pueblo, un amigo”. Hace una pausa y agrega “Yo nunca he visto a Leandro bravo, Beto, en toda mi vida no recuerdo haberlo visto guapo”. Todos se miran, asienten y entran al escenario anécdotas, chistes y muchas enseñanzas que les ha dejado este compositor.
“Pero además de ser un maestro en todo el sentido de la palabra, es un amigo, admirador de los demás compositores, que los llena de elogios, reconoce el valor de los demás”, dice Sergio Moya.
Fue el momento para que Sergio Moya entonara una estrofa del canto que le hizo Leandro, en el que le aconsejó no enamorarse tanto, y Rosendo recordó la ocasión en la que tuvo con él una conversación que transformó su manera en entender el folclor: “Yo en mis comienzos lo visité muchas veces en San Diego a aprender de él muchas cosas, me explicó muchas cosas que hoy en día me han servido, que con el tiempo las fui entendiendo y aplicando para mi desarrollo como compositor y conocedor de esta música”. “Maestro ¿qué es folclor?, preguntó Rosendo. “Mijo, es una mujer con una tinaja en la cabeza”, respondió Leandro, dejando al pupilo más confundido que antes… “A medida que fui estudiante, capacitándome, me di cuenta que Leandro Díaz me había definido folclor de la forma más expresa y poética que se puede definir. Estamos frente a una persona que además de ser poeta es un sabio natural”, concluye Rosendo.


En pocas palabras:

“Leandro es uno de los poetas que mayor riqueza tiene en cuanto a las figuras literarias, como metáforas, símil, hipérboles que se pueden encontrar en su poesía”: Rosendo Romero.

“Las canciones de Leandro son el mejor protagonista de su vida; él ha dicho en sus canciones todo lo que le ha ocurrido, sus sufrimientos, sus gozos; las canciones de él son su biografía”: ‘Beto’ Murgas.

“Su calidad de ser invidente lo convierte en un genio. Es un hombre que tiene que adivinar el ambiente que lo rodea, no como nosotros que vemos las flores, el río, las mujeres, y a eso le cantamos; Leandro adivina”: Sergio Moya Molina.

“Es un autodidacta. Él todavía me dice que nunca terminará de graduarse en la escuela de la vida porque cada vez que habla con alguien oye cosas que quedan como referente, cosas nuevas que él no sabía, entonces vive en un permanente enriquecimiento de su intelecto, de su mundo”: Julio Oñate Martínez.

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