que se decida quererme a mi
quiero vivir de nuevo en La Guajira
lo más contento, lo más feliz…
Si es necesario voy al Surimena
me acerco a Roche, a Manantial
llego a Hatonuevo me subo a la sierra
hasta Angostura voy a llegar
creo que Las Pavas con su clima frío
me tiene reservada una linda mujer
tiene Barrancas un bello caserío
donde viven mujeres que se puede ver.
Si por allá no consigo
en la tierra ‘e Lagunita
me voy a Campo Florido
a San Pedro y Saraita”
La búsqueda de Leandro Díaz terminó en San Diego, a mitad del siglo pasado, cuando él pasaba de sus 25 años y había protagonizado profusos episodios de amores no correspondidos y lamentos cantados.
No fue una barranquera, una de Papayal, una hatonuevera o una Oreganal; no. Tampoco fue Matildelina, Josefa Guerra, Raquelina, Cecilia, ni mucho menos una ‘Gordita’.