Soy
Mujer: soñadora, tetona, 'esnalgada', feliz... En mi adolescencia, cuando
empezaron a crecer los senos, confieso que entré en crisis porque veía que
tomaban proporciones muy grandes, teniendo como referencia a mis mujeres
ascendientes. Contrario a mis nalgas planas que rompían el imaginario de
'negras nalgonas'... Recuerdo que después me reí mucho de las paradojas de la
vida, mientras veía a mujeres esperando turno en un quirofano
convencidas de que les resolverían sus dificultades de autoaceptación con un
par de tallas. (A muchas vi salir de ahí 'orgullosas' luchando por tapar con
sus prótesis un lánguido y autoconcepto que no pudo ser sanado con el bisturí).
Lo que es del alma no se resuelve con dinero. Alguna vez, por ejemplo, pasaba
por un centro de estética (¿por qué hay tantos?) y me ofrecieron un par de nalgas
por tres millones de pesos jajaja; le agradecí a esa persona por preocuparse
por algo que yo desde mi adolescencia dejé de notar... "es que eres
esnalgá", me decían jajaja... Me acordé de ese episodio esta madrugada,
mientras le agradecía una vez más a Dios por mi vida, por diseñarla para mí,
tan genial, tan a la medida de mis sueños, tan desde adentro...
Existen rasgos característicos que identifican a los seres, canciones que se parecen a uno, libros que nos llenan el alma, cosas tan nuestras como la certeza de ser únicos e irrepetibles, tal cual nos creó Dios. Así son también las cosas que producimos y nuestros lugares de intimidad. Yo tengo un nicho que tiene todo de mí, mi olor, mi esencia, mi ser. Desde aquí los saludo.
Yo no nací una mañana cualquiera
Aquella
fue una mañana especial, hermosa, radiante; de esas que tienen los colores de
la primavera y toda la naturaleza se esmera por lucir un brillo exclusivo,
inédito. Era el día del Solsticio de Verano. Uno de esos domingos de junio en
los que la luz se apresura a tomar dominio, a iluminarlo todo. El sol había
madrugado, o tal vez –como mi mamá- no había podido dormir, preparando mi
llegada; ella con dolor, él con ansias tal vez y yo… yo tengo que haber estado
ansiosa también… así como soy yo. El caso es que al tiempo que el sol asomaba
esos colores rojizos que lo anteceden, asomaba yo la cabeza desde las entrañas
de mi mamá.
Era domingo cuando ella me pario
La
conocí en el inicio de mis días. Se veía radiante en sus treinta y tantos,
acariciando con ternura su panza, transmitiendo sus primeras ondas amorosas a
la vida incipiente que crecía dentro de ella.
Era la séptima vez que germinaba en su interior la semilla de la vida;
sin embargo, experimentaba sensaciones inéditas cada vez, se emocionaba y se
apoderaba de ella una ansiedad feliz que ni siquiera las reminiscencias de los
dolores de parto lograban eclipsar.
De una manera estoica e inexplicable disfrutó cada una de las
‘majaderías fetales’ que en innumerables ocasiones la sacudían por dentro hasta
el dolor, hasta dejarla incapacita-da para ser ella misma.
Después, cuando cesaron los malestares, cargó con ella un peso
embarazoso y progresivo que la obligó a ser aún más fuerte para so-portar ‘la
carga’ adicional que con amor llevaba encima.
Los olores de mi infancia
Ahí vienen otra vez los
olores de mi infancia.
Han sido persistentes
durante estos días. Se hacen presentes en mis noches de insomnio y en mis días
de sol y me obligan sucumbir bajo el peso de las evocaciones: La leche klim con
cola granulada de mis cinco años, el trigo cocinado de mis siete, los
chontaduros de toda mi niñez; ah… los tapaos de chere y el quícharo pizao de
los días de monte y las cucas y panochas en los ‘días de pueblo’.
¿Qué es lo que persiguen?
Con ellos llegan a mi
mente también las imágenes del río Suruco con sus charcos seductores… y las
bodas y noches de arroz clavao en la playa. Fue una época muy feliz. No quiero
significar que esta no lo sea, pero sí era todo muy distinto, más tranquilo;
había más sosiego, más calidez, más amistad… Y el pueblo, ¡Dios… cómo ha
cambiado el pueblo!
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