…Y así, a travesando cordilleras llegué hasta aquí, y me atrapó la magia de este lugar, y me embelesó el encanto de esta tierra de música y leyendas.
Era de madrugada ese día. Desperté y quedé extasiada con un valle inmenso, en cuyo final se pintaba el paisaje celestial con acentos amarillos y anaranjados. En el pasacintas del vehículo, un hombre invitaba a una mujer a “llenar de cariño los amaneceres del Valle”; entendí entonces que los versos de los poetas de aquí van más allá de una literal descripción bucólica de su entorno; supe que sus obras son la biografía de los sentimientos no solo de ellos sino de toda una cultura, una cultura sinigual.
El panorama parecía delineado con pincel. ¡Toda una obra de arte! Atrás había quedado Medellín, hermosa, cosmopolita, con su embrujo primaveral; pero esto era distinto, era como saborear el manjar que más me gusta, como las mañanas decembrinas, como escuchar mi canción preferida, como un beso de amor. Nada parecido al inolvidable paisaje selvático del chocó, el primero que vieron mis ojos, la vegetación verde, el aire húmero y las aves más cantarinas que he conocido. ¡Cuanto amo esa tierra!
Pero sí. Esto era distinto: 450 mil kilómetros cuadrados de poesía, de melodías que dan testimonio de una trilogía de razas, de ríos y lagunas que bañan una tradición oral proverbial, de gente amable. Montañas que narran las cotidianidades de los nativos del pasado, que son el emblema de todo los provincianos del presente.
Conocí reyes que hacen magia con sus dedos sobre un instrumento llamado acordeón, que es protagonista principal de la historia folclórica de esta tierra.
Y… ¿cómo describir el Cerro Murillo sin acudir a los cantos de Santander Durán o hablar del río Badillo sin evocar a Octavio Daza?, ¿cómo referirse a Patillal sin evocar a Escalona o hablar de la historia sin Tomás Darío Gutiérrez?
Conocí aquí unos pueblos con unos nombres sonoros y una arquitectura distinta que parecen tallados a mano. Nabusímake, Atánquez, La Mina, Badillo… Huelen a remembranzas, a un pasado hermoso. Y ni hablar de Patillal, un paraje con aroma a poesía; no he podido descifrar aún qué es lo que tiene ese lugar que me gusta tanto.
Mi primer contacto con un indígena arhuaco fue memorable: Me quedé mirando su atuendo sin importar que me hiciera interrogantes silenciosos, recorriéndolo de pies a cabeza; aprendí acerca de kankuamos, koguis, yukpas, de los reyes de la Sierra Nevada, un conjunto de montañas que secuestra mi mirada todas las mañanas, mientras me envía ‘pedazos’ brisa fresca que se quedan en mi cuerpo hasta el siguiente día.
De allá viene el Guatapurí, un río de aguas frías y apetitosas que son asociadas al apego de foráneos a la región. Creo que eso es cierto.
Hay en el centro de Valledupar un entorno que es diferente, que parece haber resistido con gallardía los embates del modernismo, que no se ha dejado vencer. Ahí pude visualizar otra realidad que había escuchado en un canto sobre unas casitas de bahareque, y también de arepitas, queques, merengue, chiricanas y dulces, que asumen un rol importante en las épocas santas del calendario.
Y salgo todos los días a pasear por los mismos contextos para vivir experiencias nuevas. Estoy convencida de que la sombra de las ceibas es diferente cada día, que las flores de cañaguates asumen distintos tonos de amarillo, que hay días en que los campanos tienen las hojas más delgadas; que de vez en cuando, los jaguares de antaño reviven en los cerros del norte y se asoman a ver lo que ha quedado de la “maternal, centenaria y bravía” Ciudad de los Santos Reyes.
Y aquí estoy, con mi esencia ilesa y mi equipaje breve, en la tarea perenne de aceitar mis alas para emprender un nuevo vuelo… No sé cuando despegaré, si mi traga por esta tierra me permita hacerlo. Lo sabré con el tiempo, pues hoy lo único que puedo decir es que mi presente y mi ahora están aquí.
Te leí, conspiré y en la distancia degusté un Valle del que nunca salí, aunque no estoy allá!!
ResponderEliminarAmeno artículo, cargado de emocionalidad, reconocimiento y gratitud por la acogida en esta tierra de amores. Tu contoneo descriptivo da cuenta de un alma en celo que, está para grandes cosas, sueña en grande y promueve realizaciones eternas.
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