El paisaje que se divisa en el horizonte enternece a los hombres que bajan de sus hamacas con un frío empotrado en los tuétanos y olor a café caliente metido en su subconsciente.
Allá arriba, a dos mil doscientos metros de altura sobre el nivel del mar, experimentan una sensación espiritual que desecha las palabras y los mantiene en un silencio místico, quizás infundido por el quehacer los trepó en lo alto de la montaña.