Se subió al tronco seco del almendro, cerró los ojos y abrió los brazos,
inhalando con fuerza el aire del patio en la casona en la que están sembradas
las profundas raíces de su estirpe y los relatos añejos de bienaventuranzas y
cuitas del pueblo que lo vio nacer, crecer y hacerse un hombre de dinastía.
-“Aquí iniciaba siempre la parranda. Mi abuelo se sentaba a la sombra del
almendro con el acordeón y acá empezaba a llegar la gente”. Eran historias que
le había contado Miguel López, su papá, y que esa mañana se precipitaban a su
memoria como la manifestación de una sed imperiosa por conocer más sobre sus
raíces sanguíneas, musicales y territoriales, sobre aquello que motiva al mundo
a fijar la mirada en su pueblo.
Así lo encontró Efraín Gutiérrez, un primo hermano mayor que acudió en
respuesta de sus inquietudes. “¡Román, cuanto gusto!”, le dijo, antes de
estrecharse en un abrazo y adentrarse en la historia de La Casona, una vivienda
de arquitectura antigua, sobre ‘La Calle de la alegría’, con amplios
dormitorios y un patio enorme que limita en sus extremos con las calles adyacentes,
al nororiente del pueblo.