Un edén llamado Patillal



A medida que el carro avanzaba, la mujer experimentaba una sensación inexplicable, como de sosiego, de paz. “Qué bueno… Se siente más fresco el ambiente y hay brisa”, expresó, mientras se recostaba en el espaldar de la silla y dejaba que su mirada se perdiera en el horizonte, que se le antojaba muy distinto y distante al de Valledupar, pese a la cercanía entre ambos lugares.
No era la primera vez visitaba a este paraje, pero se extasiaba como si nunca hubiera visto la lomita de piedras atravesada por la carretera antes de llegar, el arroyo de La Malena, el puentecito pueblerino, las calles bucólicas que la embelesan siempre y le despiertan un raudal de interrogantes, siendo el más fuerte de ellos: “¿Qué es lo que tiene este lugar que me embruja de esta manera?”.