“Hay un momento en que la música nos llama y nos dice que sigamos adelante,
y también nuestros muertos nos impulsan”:
Lubis De la Ossa.
En común tienen su talento para crear e interpretar magistrales obras del vallenato, tramos largos de sus vidas dedicadas a este folclor, y un amor ilimitado por la música, entorno en el que se desenvolvían felices y en paz.
Pero ese mundo de versos y melodías fue permeado por el conflicto armado, de modo que los espacios que antes eran exclusivos de poesías y creaciones armoniosas pasaron a ser teatro de lágrimas, sepelios y duelos inacabados.
En ese contexto volvieron a encontrarse y compartieron su nueva condición de artistas víctimas de la violencia. Entonces decidieron convertir esa circunstancia en un motivo para luchar, para aquietar los gritos de sufrimiento e impotencia y encontrar un espacio para cantarle a la vida.
“Queremos que el mundo sepa que estamos aquí. Buscamos hacernos sentir, llegar a las personas que tienen ese mismo dolor que nosotros, pero que luego se despiertan, miran a su alrededor y ven a sus hijos, el canto de los pájaros, los paisajes y eso se vuelve un motivo de inspiración”, dice Lubis De la Ossa, presidenta de la recién conformada Asociación de artistas víctimas del conflicto, ‘Canto a la vida’.
Imposible es hablar de ella sin recurrir a los archivos del folclor vallenato. A su padre, Julio De la Ossa, ‘El pequeño gigante’, Rey de varios festivales vallenatos, incluido el de Valledupar (1975), creador e intérprete de verdaderas joyas musicales como ‘La margentina’ y ‘La despedida’, le heredó los genes musicales, al punto de convertirse en reina de la voz femenina, cuando tan solo cumplía los quince años (1975).
Grabó producciones musicales con Andrés ‘El Turco’ Gil y con la venezolana Doris Salas ; recorrió los escenarios del país cantando en la agrupación del juglar Calixto Ochoa; armó su propia agrupación –La Metropolitana- y continuó su carrera musical, alcanzando su nombre reconocimiento dentro del folclor.
Era una mujer tranquila, que más adelante le bajó el ritmo a la música y se dedicó al liderazgo comunitario. En ese escenario la encontró el conflicto armado, el 30 de marzo de 1997, cuando un grupo de paramilitares asesinó a uno de sus vecinos (el concejal Toribio De la Hoz) y le propinó un tiro en el pecho a su hermano Lairo De la Ossa, por haber cometido el pecado de mirar el crimen.
Una persecución contra el muchacho sobreviviente le robó la paz a la familia. Se enfrentó entonces con los agresores y les reclamó, dándoles un motivo más para perseguirla. El tres de noviembre de 2003, el turno de morir fue para su hijo, Santos Elías Daza De la Ossa, cuyo cadáver encontró después de dos días de búsqueda. Y un mes después, le asesinaron a su hermano Faider De la Ossa.
Respuestas que no llegaron y un dolor intenso le robaban a Lubis incluso las ganas de cantar, pero lo siguió haciendo, aunque no con vallenatos sino con alabanzas cristianas. “He vuelto a cantar. Ahora más que nunca tengo ganas de cantar al lado de estos grandes maestros del vallenato”, precisa.
Sin respuestas
Compositores, acordeoneros, guitarristas, guacharaqueros, cajeros, cantantes y herederos de estos, confluyen en la Asociación. Todos ellos víctimas.
Ahí está Néstor Martínez, de 72 años, una de las glorias de la recordada agrupación musical ‘Los Playoneros del Cesar’, al que los paramilitares le arrebataron a uno de sus hijos, Benito Rafael Martínez Arias. “Él estaba tomando en el patio de la casa y lo mataron ahí. Fue por orden de alias ‘39’ (David Hernández Rojas, segundo al mando del frente Mártires del Valle de Upar del Bloque Norte de las autodefensas). Él era el que menos lidia me daba de mis hijos”, precisa Néstor y asegura que dos años después, la Fiscalía cerró la investigación, sin resultados algunos.
Ha sufrido y ha llorado, pero hoy está motivado, con deseos de “brindarle una voz de aliento a las personas que se encuentran en la misma situación que yo”, acota.
El hijo del guacharaquero
“Mataron al hijo del guacharaquero”. La voz se corrió y llegó a oídos de Adán Montero, un cañaguatero de 72 años, padre y leyenda de la guacharaca, con una historia musical ligada a las épocas de oro de artistas como Diomedes Días cuando estuvo con ‘Colacho’ Mendoza, y ganador de numerosos festivales vallenatos.
Su hijo, Rober Enrique Montero Martínez, había sido asesinado, llenándolo este hecho de preguntas que aún están sin respuestas. Es un hombre cabeza de hogar, pues su esposa hoy tiene una discapacidad física. Las parrandas son cuestión del pasado, así como su fe en que se haga justicia, “porque ha pasado mucho tiempo”.
Pero nunca es tarde. Eso es en lo que coinciden los miembros de la asociación, entre los que se encuentran también Calixto y Julio Mindiola, artífices y actores activos del treintañero grupo de vallenato en guitarras Los Kankwis, y que ahora están unidos en una causa rescatista. “Hemos sido personas del folclor. Nunca hemos tenido problemas de ninguna índole. Lo que hemos querido ha sido resaltar el folclor”, coinciden y abren las puertas de la asociación y sus brazos para recibir a todos los artistas que compartan con ellos la condición de víctimas del conflicto y el deseo de un reconocimiento y una posición más digna para muchos que hoy están viviendo en los cordones de miseria del país o muriendo en el olvido.
Las huérfanas de Salas y López
Rafael Salas (rey vallenato 1979) murió el pasado mes de abril, a causa de una enfermedad que llegó a su vida al mismo tiempo que se fue uno de sus hijos. “El viejo no pudo superar que le mataran a su muchacho”, comentan los cercanos, que se solidarizaron con sus dos hijas: Julieth y Marieth, hoy miembros de la Asociación. También es integrante Sandra López, hija del Manuel López, célebre cajero de ‘Los Playoneros del Cesar’, quien en el año 2003 y en presencia de Sandra, fue sacado de su parcela, al norte de Valledupar, y asesinado en un paraje cercano. Ella, una niña de 12 años, salió corriendo por el monte sin rumbo fijo, sintió miedo, pero cuando quiso regresar a su casa, esta ardía en llamas. Los paramilitares se habían llevado los treinta chivos, y treinta vacas que constituían el capital de la familia y había dejado sólo llanto y desolación. El caso no ha sido ni siquiera mencionado por algún desmovilizado, en el proceso de Justicia y Paz.
Gabriel Gaspar Tapia
Asesor de Asuntos políticos de la OEA
“En democracia siempre es bueno que la sociedad esté organizada. Qué bueno que se organicen también para cantarle a la vida; eso es muy bonito. El de las victimas es un tema muy presente en la sociedad colombiana; yo creo que el Gobierno Central ha desarrollado iniciativas y sin lugar a dudas eso repercute en todas las regiones. En definitiva, creo que la configuración de esta organización es un esfuerzo por cantarle a la vida y creo que eso está bien visto”.
“Queremos que los conocimientos de esos juglares se queden con nosotros, que sean transmitidos a las nuevas generaciones”: Lubis De la Ossa.
Adán Montero habla poco de las devastaciones que el conflicto armado ha dejado en su vida. Ahora guarda silencio, lo mismo que su guacharaca, que permanece guardada en rincones físicos y etéreos.
Otro asunto en común de estos artistas es la impunidad que rodea los casos de violencia que los afecta, ya que hasta el momento los nombres de los suyos no están escritos en ningún proceso judicial.
2
años después del asesinato de su hijo, Néstor Martínez se enteró que la Fiscalía había cerrado la investigación y que se había tratado de un crimen cometido por paramilitares.
Esta es la primera asociación de artistas víctimas del conflicto que se organiza en el país.
EN CURSIVA - ES UN VERSO
“Somos golondrinas
que no tienen nido
abriendo caminos,
cantando a la vida”:
Melodía inspiradora del Canto a la vida
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