¡Y yo estaba ahí…!

El acordeón solitario y cansado invadía con sus notas todo el recinto, acompañando la voz añosa de un campesino que lanzaba un pregón triste. “Me da tristeza, hasta ganas de llorar por la violencia que nos está consumiendo, sólo mi Dios nos puede ayudar…”. Y seguía cantando el suplicio de una comunidad entera que sufrió, y sigue sufriendo, como muchas otras, las consecuencias de una guerra ajena. 
Y ahí estaba yo, con los sentimientos estrujados, mirando pasar en una pantalla uno a uno los nombres -algunos con sus imágenes- de los más de setenta hombres y mujeres, cuyas vidas se convirtieron en una ofrenda obligada para la desolación que se mudó a vivir a Las Minas de Hiracal (Pueblo Bello-Cesar), desde los años ochenta cuando grupos armados se apropiaron del territorio y de paso, arrancaron de tajo la paz del pueblo. 
Cómo me duele si no pude hacer nada”, seguía diciendo la voz lastimera, mientras todos veíamos a la difunta Carmen montada en su caballo, teniendo de fondo a la imponente Sierra Nevada, la misma que un día la engulló, sin que los suyos pudieran evitarlo. Ubadel, Heriberto, Ubernel, Antoniano y todos aquellos que se fueron a la tumba -o a la fosa- llevando consigo una pregunta sin respuesta: ¿Por qué a mí… por qué a nosotros?, que vivieron épocas de incertidumbre, de zozobra y de esclavitud; que dejaron vestidas de luto las montañas que un día cultivaron.

El café estuvo rico. También las arepas envueltas en hojas de plátano. Con estos alimentos los presentes habíamos probado la fertilidad de los suelos de Las Minas y la laboriosidad y buena sazón de los campesinos de esa zona.
Ellos también estaban ahí, obligándose una vez más a permanecer erguidos ante los recuerdos punzantes, a ser fuertes para continuar andando el sendero hacia un nuevo comienzo.
Hubo lágrimas al ver otra vez a sus seres queridos en una pantalla, al evocarlos recorriendo los cultivos de café, llenado camiones con productos allá cultivados, haciendo grande su tradición cultural.

Ahí estaba José Luis.
¡Dios… la fortaleza de ese hombre me conmueve y me da gigantes lecciones de vida!  Por enésima vez relató las vivencias de los suyos, de cómo llevaban a la Carmen, cómo mataron a ‘Jóse’ en frente de todos ellos, hombres fuertes que debieron enmudecer ante el poder cobarde de las armas. “Y nos dijeron: por qué no hicieron nada cuando mataron a ‘Jóse’?… Porque no pudimos, porque ellos estaban armados y nos hubieran matado a nosotros también y hoy no estuviéramos aquí reclamando…”.
Escuchar a José Luis con su voz quebrada, pero con su corazón entero y firme, revive las esperanzas de un mejor mañana, de uno en el que las nuevas generaciones hablen de la guerra como una historia lejana.

Cuando ya todos nos íbamos, experimentando ese sentimiento de impotencia triste que produce la barbarie que ha sufrido el país, se oyó una décima lastimera. Era Julio César Daza, sobreviviente tambiém, quien acentuó con sus versos el ambiente de luto que se vivió esa tarde…

Vivimos los colombianos
una guerra fraticida
no hay respeto por la vida
ni los Derechos Humanos.
El pelearnos entre hermanos
no es un acto de heroísmo
por falta de patriotismo
se destruye una nación
pobreza y desolación
solo deja el terrorismo…

Hay miles de desplazados
refugiados en las ciudades
las sierras y matorrales
se llenan de secuestrados
que esperan ser liberados
retornar a sus hogares
a donde sus familiares
y la gente que los quiere
el desplazado prefiere
retornar a sus lugares”.

¡Ay, Dios! Cuánto duele ver cómo han destruido mi patria.
Llueve ahora y yo sigo aquí, sin sueño, y con muchos sueños de ver reír a los campesinos de Las Minas de Hiracal.
A ellos no tengo un regalo para darles, pero sí mis plegarias a Dios para que meta su mano, para que cese la zozobra y puedan retornar a sus lugares. Les agradezco por haberme dejado entrar a su intimidad y también por entender que la suya es la intimidad de todos aquellos a los que nos duelen las muertes de los inocentes.
A los violentos les digo que ¡Ya basta! Ya está bueno de caminar por encima de la cabeza de los demás. Estamos cansados de tantas muertes. ¡Devuélvannos por favor la paz que se robaron!
Al Gobierno: Nacional, Seccional y Local, que ya es hora de que cumplan con su obligación de proteger a las personas. Permítanme decirles que ustedes son responsables de que todo esto haya ocurrido, por cuanto no han cumplido con su deber protector. ¡Hagan algo!
Al Grupo de Memoria Histórica. Gracias por dejarme saber lo que pasó en Las Minas, que es un reflejo de los pueblos del país.

Sigue lloviendo… y yo aquí…

2 comentarios:

  1. Ahora si encontré "DESDE MI NICHO"
    Está muy bonito como siempre te sales con las tuyas que sigas cosechando trinfos en tus columnas y escritos los cualse son de mucho contenido y sentido social tu narrativa encierra el querer de de la gente que se deleita, por su contenido y expresiÓn tan sencilla y diciente.

    mil felicidades.

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  2. Estremecedor!!!! Un relato que encierra mucha claridad, esa misma que oscurece el alma de los enemigos de la paz, la tranquilidad, del ser humano... Dios misericordia por favor.

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