Ahí vienen otra vez los olores de mi infancia.
Han sido persistentes durante estos días. Se hacen presentes en mis noches de insomnio y en mis días de sol y me obligan sucumbir bajo el peso de las evocaciones: La leche klim con cola granulada de mis cinco años, el trigo cocinado de mis siete, los chontaduros de toda mi niñez; ah… los tapaos de chere y el quícharo pizao de los días de monte y las cucas y panochas en los ‘días de pueblo’.