El viejo reloj de pared marcó las cuatro de la tarde y la cordillera comenzó a untarse de un silencio místico que penetró hasta lo más íntimo del ser del poeta, quien no pudo soportar esa sensación espantosa y tomó la decisión.
“Vea tío, yo me voy. Yo no voy a pasar acá la nochebuena”
“¿Te vas Chendo?”, preguntó incrédulo el tío Luis Ramón.
“Sí tío, me voy”, confirmó el poeta.
Alistó su mochila, cortó cañas, empacó su cobija, se encintó el machete y cogió camino hacia el plan, perseguido de cerca por aquel silencio que hacía más denso el aire que le llegaba a los pulmones. “Ese es un silencio muy fuerte, aterrador, es un silencio de soledad”, describe el poeta.