La conocí en el inicio de mis días. Se veía radiante en sus treinta y tantos, acariciando con ternura su panza, transmitiendo sus primeras ondas amorosas a la vida incipiente que crecía dentro de ella.
Era la séptima vez que germinaba en su interior la semilla de la vida; sin embargo, experimentaba sensaciones inéditas cada vez, se emocionaba y se apoderaba de ella una ansiedad feliz que ni siquiera las reminiscencias de los dolores de parto lograban eclipsar.